jueves, 30 de abril de 2009

Mensaje cifrado


Cada día que pasa la amistad de ciertas personas desvela más sorpresas de las esperadas. Qué malo es juzgar demasiado deprisa, tanto como ralentizar el juicio. Todos juzgamos a los demás, siempre, porque es el método de nuestra especie para vivir en el mundo: experimentamos la realidad y emitimos entonces juicios de valor que nos ayudarán para futuras ocasiones (ya lo avisó, a su forma hermética, Kant). No se puede ser como Cristo, eso seguro, pero tampoco es cuestión de ser tajante. Cuanto más radical es un ser, más imbécil se vuelve. Así de sencillo: los barcos escorados se hunden, ¿lo pilláis, queridos? Aquí nos equivocamos con determinada persona, como si años y años de conocimiento mutuo no hubieran servido de nada, y ahora, en la autopista vital que nos lleva hacia la madurez (bueno, algunos..., otros..., cosas más raras se han visto) nos damos cuenta de que esa persona es como una caja china, que cuanto más la abres más acertijos tiene (lo que incrementa el interés por ella, por cierto). Durante años nuestro juicio inicial quedó nublado por la deriva personal de unos y otros, para luego desembocar en esa cara de sorpresa nacida del choque con esa otra parte que no era visible del otro/a. Lo inesperado, incluso cuando es bueno como en este caso, abre tantas posibilidades que es difícil saber a qué atenerse. Esto es, viva el caos. Bienvenidos a esas esquinas donde las farolas no dan luz, que hacen a esa persona mucho más interesante que antes, aunque quizás ya lo fuera y nosotros demasiado lerdos como para verlo, a pesar del cariño.

Pd: Nadie ha entendido muy bien de qué va esto de arriba, pero seguro que el destinatario sí que lo pilla. Eso sí, y tras aviso de otro cómplice, es para bien, ojo.

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