“Hay que creer en algo, en la religión, en la política. O en un par de tetas, pero hay que creer en algo”. La frase es de la película ‘Nadie conoce a nadie’, de Mateo Gil, un extraño thriller que el gremio del cine nacional no suele hacer (¿no saben, no quieren o les da pereza?): estructura clásica del género ambientada en Sevilla, con trasfondo religioso y la Semana Santa como diana preferida de las dianas ácidas. Y dadas estas fechas, vamos a hacer cierta entrada sobre estos días de Pasión, incienso y suelos resbaladizos. En la película hay un personaje, Sapo, interpretado por Jordi Mollá, que suelta algo como: “Tipos que se visten del Ku-Klux-Klan y pasean un trozo de madera como si fueran a quemar cruces”. Evidentemente exagera, porque los nazarenos no hacen esas cosas, como pensaba Tom Cruise en ‘MI2’, cuando mezcló las procesiones con las Fallas y quemaba en la película las tallas de Cristo. Toma ya, eso es entrar con buen pie en un país, hahaha.
En la misma obra de Mateo Gil se ridiculizaba la fiesta religiosa con muy mala leche y sin demasiados argumentos. Reírse de la Iglesia ya no es subversivo, sino un chiste fácil que atenta contra las creencias personales de los demás. Somos libres para soltar ganchos de izquierda, pero también hay que saber cómo hacerlo. Reírse de los católicos no tiene punch, pero sí dejarles como al Emperador: en pelotas. Nosotros tenemos un argumento definitivo: la devoción religiosa se ha convertido en un negocio turístico, alentado desde los municipios para trincar dinero del turismo cultural. Esto es, los mercaderes han vuelto al templo, y para quedarse, hermanos. El cristianismo retrocede incluso con la aquiescencia de sus próceres, como ese deán de la Catedral que escenifica para los fotógrafos los pasos y avisa cuándo sí y cuándo no se pueden hacer fotos (si se hace sin seguir sus órdenes te echa del templo y te quedas sin fotos).
El dinero todo lo puede, incluso corromper el alma, y esas señoras que lloran mares ante un Cristo crucificado no siente Fe, sino tradición. Sus vidas obedecen a un círculo estacional que les lleva al paroxismo psicológico porque llevan todo el año esperando esta fiesta. Eso sin mencionar la idolatría que supone arrodillarse ante un objeto de madera (ah, si Moisés levantara la cabeza…), un tema hoy olvidado pero que provocó guerras religiosas en la Edad Media. Conclusión: ya nada es lo que era, e incluso los que abominamos de la religión católica echamos de menos la verdadera pasión de un hombre visionario que fue condenado a Muerte por soñar otra utopía perfecta para los hombres. Lástima de sociedad hueca.
1 comentario:
Amén.
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