Ópera masónica, ópera popular, casi ópera póstuma y una pieza maestra. Todo eso es ‘La flauta mágica’, estrenada en 1791 por un ya enfermo Mozart. De hecho, fue la última pieza lírica que vio en vida el autor y que probablemente dirigió. Se representó por primera vez en el Theater an der Wien vienes en 1791. Versionada y readaptada miles de veces desde entonces, esta clásica de todo repertorio de teatro operístico que se precie se estrena el martes en el CAEM salmantino (20.00 horas). No fue una de las mejores del niño prodigio, pero sí una de las más socorridas porque está bien hecha, lleva el sello Amadeus y además es una de esas variantes de las viejas canciones líricas germánicas (los singspiel, traducción aproximada: canciones recitadas) que normalmente desembocaban en conciertos para el populacho, una sucesión de textos cantados que cuando cayeron en manos de Mozart se convirtieron en una ópera clásica.
Resumiendo: donde otros sólo veían espectáculos para los bajos fondos o las fiestas campesinas este chico tan listillo se marcó “la madre de todas las operetas”, hasta el punto de convertirla en una ópera. Si no entienden el salto es sencillo: es la diferencia que hay entre una canción de los Beach Boys y ‘The End’ de los Doors (juas juas). Por cierto: a la vez que componía ‘La flauta mágica’ el bueno de Wolfgang también escribía ‘La clemencia de Tito’ y su última obra, el ‘Réquiem’ en los ratos libres. Todo esto nos recuerda una y otra vez a uno de los Imprescindibles de Corso Expresso, esa genialidad de Milos Forman que es ‘Amadeus’. Todo ser humano civilizado debería verla al menos dos veces en su vida, una para fascinarse y otra para llorar la muerte del Gran Profeta de la musica.
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