sábado, 4 de abril de 2009

Por qué amamos la música (y renegamos de los Beatles) - Parte 1


Todavía estamos algo escamados por el post de ayer. Más de uno nos habrá crucifricado por haber mentado la madre y sombra de Lennon y compañía, pero es que no tragamos a esos nenes de parroquia. Y mira que hemos tenido oportunidades de poder apreciar su música, de escuchar mil y un recopilatorios de lo mejor de The Beatles, pero no hay manera. Siempre suena igual: ñoño. A LC estos chicos de Liverpool les recuerda a un grupo de niños pijos con cierto atractivo que explotan a los demás para triunfar. No hay ni una sola canción que se salve de ser mirada con cierto recelo, el mismo que pone un turista occidental en el zoco de Marrakesh cuando un abuelito con chilaba intenta venderle una mano de mono disecada. Sí, justo es esa sensación de "mmm, no sé, es exótico pero huele raro". En concreto el famoso disco blanco de las narices llegó cuando en EEUU ya se llevaba mucho tiempo escuchando eso. The Beatles era a Gran Bretaña lo que los Beach Boys a América: el toque naïf que nos delata como blancos sensibleros. Se comieron el mundo y las almas de quienes no habían podido escuchar nada mejor, por eso salieron adelante.

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