El general Ambrosio subió la colina y miró alrededor. Poco antes su comandante en jefe le había dicho aquello de “Ambrosio, márchese de mi vista porque no tengo muchas ganas de escucharle”. Con la precisión de un reloj, el general se retiró; callado como una de las meretrices que adornaban la corrupta Roma contempló, extasiado, la tragedia de las legiones del gran águila latina empotradas contra las hordas germánicas. Ambrosio ni movió un dedo, se limitó a ver cómo su superior perdía en el camino de huída a más de 4.000 hombres, la flor y nata de Roma. El general escribió esa misma noche la siguiente sentencia: “De todos los errores de los hombres sin duda alguna la perseverancia en la piedad es el peor de todos. Si quien te acompaña es un necio, y a pesar de los repetidos intentos propios por tender puentes hacia él sigue siéndolo, entonces no hay mayor error que continuar dándole el beneficio de tu mano, porque no parará de morderla con desprecio y sin darse cuenta de lo bueno que puede hacer por él”. Cuando el emperador mandó a galeras al otro comandante en jefe, Ambrosio rechazó su puesto y se retiró al campo. Su contestación fue sencilla: “Yo ya he ganado, mi César”.
PD: Esto es lo que pasa cuando se lee a Ambrose Bierce.
No hay comentarios:
Publicar un comentario