La cuestión, en el fondo, es echarle la culpa a alguien. Somos rehenes de las circunstancias, de las experiencias, pero también de nosotros mismos. El mundo es un lugar hostil y miserable donde no hay apenas lugar para la justicia, que diría el bohemio existencialista, pero también es un tablero de juego en el que poder mover piezas y ser astuto para conseguir lo que se quiere. Por cada desgraciado que mira hacia el cielo nuboso buscando una respuesta a los azotes del mundo y la vida hay un psicólogo buhonero que dice que todo está en nosotros mismos, como si echarle la culpa al individuo de lo que sucede fuera sirviera realmente para algo que no fuera amedrentar al pobre diablo. Estamos más que hartos de esa salida fácil que en realidad, al final, no sirve de nada. Porque por cada individuo que despierta a la autoconciencia a través de esa culpabilidad hay otros nueve que se hunden todavía más. Pero tampoco echarle la culpa al mundo y a la sociedad de todos nuestros males es la solución.
Una vez más, ni el comecocos aprendiz de científico ni el progresista escaqueador tienen razón: como todo, es cuestión del justo término medio, un concepto tan fácil de entender como difícil de asumir por el ser humano medio. El individuo está determinado en un alto grado por el entorno, pero también por las limitaciones impuestas a sí mismo, por lo tanto sólo queda mirar hacia dentro, intentar solventar lo que se pueda y ajustar luego cuentas con el mundo, porque la factura empieza a ser alta. Es difícil, pero si no fuera así viviríamos en una utopía eterna que anularía la imaginación. No seríamos humanos, seríamos ángeles ñoños. "No pain, no glory" cantaban The Scorpions en una de sus más memorables canciones. Es duro, sí, y cada amanecer se convierte en breves segundos en una losa de granito difícil de superar, y a media mañana desearías cortar y disecar la cabeza de más de uno; y por la noche la cabeza duele, el alma se resquebraja y las piernas flaquean. Y todo eso no es culpa nuestra, sino del entorno. No obstante, depende de nosotros mismos la forma de cabalgar sobre esas malas olas que vienen y van sin cesar. La otra opción es hacernos nietzschianos y apechugar con la carga de vivir contra el mundo a cada suspiro. Y no es plan. Corso Expresso lo sabe porque ya lo intentamos en más de una ocasión. Habla la experiencia. Así que aprieten los dientes y sigan corriendo, que esto no son los 100 metros lisos sino la maldita Maratón (puñeteros griegos...).
PD: Este post está dedicado a alguien que hizo ademán de derrumbamiento. Never surrender, que decían los pilotos de la RAF en el 41, cuando Londres ardía cada noche.
1 comentario:
¡Gran Tony Richardson!
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