Mañana comienza el Festival de San Sebastián, uno de los baluartes del cine europeo. Bastión, sí, pero también entregada cortesana capaz de premiar lo arriesgado y luego rendirse al mercantilismo de la industria de EEUU. No pasa nada, los americanos hacen cine del bueno cuando se ponen las pilas. Lo malo es que lo hacen cada vez menos a menudo. Aquí la falta de medios acuna a directores como Gabriel Velázquez (el tercero por la izquierda), un Quijote que hace cine pequeño para audiencias pequeñas pero con el corazón inmenso. Primero fue 'Sudexpress', y ahora 'Amateurs', una historia que narra la necesidad de amar del ser humano incluso en las situaciones más extrañas imaginables.
Velázquez es un hombre que no para quieto, nervioso, intenso, que se pierde detrás de ese pequeño mundo de historias invisibles que tanto gusta a muchos críticos y casi nada al resto de la Humanidad, empeñada, como algunos de este blog, en buscar la épica y la imaginación más allá de la realidad, "porque el mundo es aburrido o brutal, no seductor y delicisoamente decadente", que diría cierta persona. A Velázquez, que compite en la sección de Nuevos Directores (Zabaltegui) a un premio personal con 'Amateurs' le deseamos lo mejor: porque es salmantino, porque es valiente y saca adelante sus historias, y porque ver pisar la alfombra roja a una nueva generación desligada del marasmo de Basilio Martín Patino siempre es una promesa de que algún día aparezcan los Stanley Kubric, Anthony Mann o Steven Spielberg españoles. Porque se les necesita como el agua en medio del desierto. Quizás Velázquez sea uno de ellos, o puede que la reencarnación de un Ken Loach latino y sin lavados de cerebro. Suerte Gabriel.
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