La filosofía china da para mucho. Es el conocimiento que se bifurca en dos líneas: el de la sacralidad de la vida en armonía con la naturaleza (tao) y el de la integración del individuo dentro de la maquinaria general en aras de la eficiencia (Confucio). Para un occidental es difícil asimilar ambas, pero para un periodista que trabaja más de la cuenta sin que ese esfuerzo y su talento sean reconocidos, entonces uno debe optar, por muy occidental que sea, por asimilar alguna de las líneas. Se puede ser confuciano y pensar: "bueno, no me reconocen, pero mi trabajo vale para que el todo siga adelante y en eso me satisfago" (risas enlatadas). Corso Expresso, decididamente, no es confuciano. Los "malditos hombres blancos" somos demasiado fariseos, fenicios y ladinos como para abandonar eso de "tanto trabajo, tanto dinero", que suele traducirse en "¿no pagas?, no hay trabajo". Dios bendiga el amado capitalismo que nos convierte a todos en sinceros y cínicos mercenarios, todo a un tiempo.
Así que los plumillas esforzados, esos que viven en la sombra de efigies más altas, desempeñando funciones que le son abonadas, trabajando de más, deben tragarse el amor propio en beneficio de ese equilibrio taoísta que nos reconforta, pero sin olvidar que somos individuos que merecen respeto, reconocimiento y, sobre todo, dinero. Porque cuando se tiene un sueldo exiguo, se curra de más y encima no se reconoce nada de eso, entonces es cuando se convierte uno en un revolucionario anarquista capaz de lo que sea por (abrimos comillas) "joder la puñetera maquinaria y pasarme la eficiencia de las narices por el forro de lo coj....", tal y como dijo un periodista cercano no hace mucho. "Arrieros somos y en el camino nos encontraremos", apostilló. Y recen, queridos, para que no sea con este sujeto, que hay mucho neurótico con el Síndrome de Montecristo por ahí suelto y "las venganzas son terribles, terribles, ¡terribles!" (como dijo el Pato Lucas en cierta ocasión en uno de sus episodios clásicos de la Warner).
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