"Yo, borracho, con un brazo atado a la espalda y dormido escribo mejor que todos estos mierdecillas" dijo cierto periodista no hace mucho tiempo, en alto y con testigos. Unas 48 horas después estaba en la calle "por no dar el nivel estilístico y literario exigido", según sus jefes. Siempre que oímos este tipo de cosas nos viene a la memoria la vieja frase bíblica: el orgullo precede a la caída. Y sobre todo, si la soberbia te pierde, entonces ten las luces de no exhibirla en público, porque por cada bramido de amor propio hay una espada que espera el momento para atravesarte de parte a parte, como a este pobre diablo charro.
También nos viene a la memoria un personaje del mundo periodístico salmantino: es un fotógrafo que tiene paralizado todo el lado derecho de su cuerpo, con una pierna tiesa como la madera de boj y el brazo diestro agarrotado como un muñón. Es posible que fuera por un aneurisma cogido a tiempo, o puede que de nacimiento. Pero eso no le ha frenado para ir a trabajar y hacer fotos ayudado de una cámara especial. Llega tambaleándose y arrastrando su bolsa de fotógrafo; todo el mundo le observa entre la compasión y la pregunta de por qué trabaja, como si por ser un minusválido se fuera totalmente idiota. Lejos de todo eso, se toma con profesionalidad su trabajo, sin aspavientos, sin tonterías ni necesidad de sacar de paseo ese amor propio y confianza en uno mismo que tanto idolatra este mundo de buitres carroñeros y gente sin alma. Vosotros seguid juzgando por vuestros ojos y veréis qué pronto termináis como el imbécil del principio. Aprendan todos de ese rey por méritos propios que merecería sentarse en el trono de Carlomagno de la imagen: sencillo, pero eternamente sólido. Ahí sigue desde el año 800, sobreviviendo a estados y ególatras mucho más lustrosos y bellos.
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