Norma número uno del liberalismo: no etiquetar jamás a la gente en función de filiaciones sociales o étnicas. En una sociedad liberal perfecta se supone que todo se reduce al individuo: la familia y todo lo demás son circunstancias biológicas que pueden ser dejadas atrás. Aparte de lo obviamente irracional de luchar contra lo irracional, los individuos acaban buscándose algún grupo en el que poder ser alienados y absorbidos por otros. Básicamente, como dijo Gervaise de la Rochelle, "todos terminan buscándose un nuevo amo que les esclavice".
El concepto es tribu urbana, pero sólo duran unos años, los de la juventud, porque luego (salvo los publicistas y diseñadores) maduran y se unen a la única tribu-rebaño que gana: la mayoría de clase media, todos de Zara y El Corte Inglés de pies a cabeza. Pero como aquí sabemos que sólo hay salvación personal en la diferencia, proponemos un paseo por Madrid, Barcelona o cualquier calle de una ciudad española de más de 10.000 habitantes. La sociedad se atomiza y una exposición en la sala Canal de Isabel II (Madrid) reúne fotografías de cómo han evolucionado. La que ponemos es de Gijón de 1997, y fijo que cerca andaba Pulguita Hutch (!!!), aunque no así precisamente. Ahora sólo tenemos dos preguntas.
1. ¿Por qué estas tribus perduran en el tiempo, generación tras generación, pero no en las personas?
2. ¿Tan mal está la cultura en Salamanca que tenemos que seguir haciendo entradas genéricas en lugar de algo más concreto?
Pues sí, así de mal está. Ya sólo nos queda 'Tiempo suspendido', que se inaugura el próximo 9 de octubre en el DA2, sobre fotografía escenificada, por la que nos pirramos desde que conocimos la obra de George Crewdson y Erwin Olaf, año y pico atrás.
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