No caemos en quién hasta que nos acordamos de un poema suelto de hace unos meses, encontrado por casualidad, y de la película. Normalita, sinceramente, con Di Caprio de niño malo adicto: creíble pero no demasiado. Lo justo para que la gente se la tuviera en cuenta como una aventurita indie dentro de su carrera inicial, esas películas que uno hace cuando está empezando y que sirven luego para, en las entrevistas con Los Angeles Times, decir eso de "yo siempre he escogido papeles que implicaran mi crecimiento como actor, para no encasillarme". Y bla, bla, bla.
Lo terrible de todo esto es que se va una voz marginal y arriesgada a la que, también otra vez, descubrimos algo tarde. Quizás no sea muy conocido en España pero su legado es inmenso: Carroll pululó en aquellos años 70 de ilusiones y alucinaciones entre los silencios de Lou Reed, el divismo injustificado de Warhol y su Factoría de Clones, los estertores de The Doors o todo el submundo de la música punk que se gestó en Nueva York (NYC, de nuevo el único sitio posible) y que él versó también en la poesía, quizás desde las manos de Patti Smith (en la foto, junto a ella - derecha). Otro mirlo blanco que se va para siempre. Le compararon en algunas cosas con Morrison (¡herejes!), y tuvo tiempo para demostrarlo. No pudo, o no quiso. O quizás no llegamos a entenderle.
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