miércoles, 16 de septiembre de 2009

Jim Carroll (1950-2009)

Otra vez tarde, y no demasiado bien. Será el tiempo de ocio. Vemos una noticia de Reuters fechada el 14 de septiembre, sobre la muerte de alguien a quien uno de nosotros leyó de pasada, con ciertos prejuicios: "El poeta punk y músico Jim Carroll falleció el pasado viernes de un ataque al corazón a los 60 años, según su ex esposa Rosemary Klemfus. Carroll era conocido por el libro autobiográfico 'The basketball diaries' (Diarios de baloncesto), publicado en 1978, que relata la autodestrucción de un jugador de baloncesto adolescente del Trinity School de Nueva York adicto a la heroína. Leonardo di Caprio encarnó a este personaje en la adaptación cinematográfica del libro, 'Diario de un rebelde', en 1995".

No caemos en quién hasta que nos acordamos de un poema suelto de hace unos meses, encontrado por casualidad, y de la película. Normalita, sinceramente, con Di Caprio de niño malo adicto: creíble pero no demasiado. Lo justo para que la gente se la tuviera en cuenta como una aventurita indie dentro de su carrera inicial, esas películas que uno hace cuando está empezando y que sirven luego para, en las entrevistas con Los Angeles Times, decir eso de "yo siempre he escogido papeles que implicaran mi crecimiento como actor, para no encasillarme". Y bla, bla, bla.

Lo terrible de todo esto es que se va una voz marginal y arriesgada a la que, también otra vez, descubrimos algo tarde. Quizás no sea muy conocido en España pero su legado es inmenso: Carroll pululó en aquellos años 70 de ilusiones y alucinaciones entre los silencios de Lou Reed, el divismo injustificado de Warhol y su Factoría de Clones, los estertores de The Doors o todo el submundo de la música punk que se gestó en Nueva York (NYC, de nuevo el único sitio posible) y que él versó también en la poesía, quizás desde las manos de Patti Smith (en la foto, junto a ella - derecha). Otro mirlo blanco que se va para siempre. Le compararon en algunas cosas con Morrison (¡herejes!), y tuvo tiempo para demostrarlo. No pudo, o no quiso. O quizás no llegamos a entenderle.

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