miércoles, 9 de septiembre de 2009

Totalmente colgados de Lisbeth Salander

Ha tenido que ser Mario Vargas Llosa el que haya puesto certificado de realidad a una sensación literaria para que se haga realidad. Más como lector que como escritor, en su opinión del pasado 6 de septiembre canta las loas imperfectas de Steig Larsson y la saga 'Millenium'. Sí, ya sabemos que estamos poniéndonos pelín pesados, pero es que las tres novelas son inequívocamente imperfectas, llenas de aristas sin resolver, de mucho deje periodístico que convierte las tres novelas en relojes mal ajustados que, por el contrario, y como dice Llosa, “son historias exquisitas”. Y con el peruano ya van muchos los que se han rendido a una obra llena de fallos pero que engancha, que se enrosca a la imaginación. Totalmente colgados de Lisbeth Salander, para resumir un poco, a todos los niveles. 

Larsson creó un producto imperfecto pero que engancha por la densidad y enrevesamiento del argumento. Es el primer caso de mala forma con un fondo descomunalmente convincente, de tal manera que, por una vez, la idea ganó al envoltorio. Pero el gran mérito, y el propio Vargas Llosa lo indica así, es haber dado la vuelta a la ficción de serie negra y haber creado un modelo, un arquetipo, un nuevo espejo deformante de la literatura en el que millones de mujeres se miran y que podría resumir, muy a las claras, el futuro del género. Es decir, Lisbeth Salander. 

El escritor peruano enlaza a LS con los héroes quijotescos que luchan “para desfazer entuertos”. Es una heroína a la vieja usanza pero con un nuevo envoltorio: sociópata, vengativa, solitaria, marginal y totalmente inversa a la moral social reinante. Es decir, para muchos, perfecta. No obstante, Llosa habla desde sus prejuicios literarios y personales, alguien que ve al Quijote porque quiere verlo. Lo que nosotros contemplamos en Salander es un personaje que resume la nueva disposición de la mujer: igual ante la ley, pero continuamente discriminada y rebajada por la realpolitik masculina que sigue dominando. Y que sea en Suecia, paraíso del feminismo, donde sucede todo, es una forma de avisar de que las utopías están para fracasar. Salander es una mujer-hombre, envoltorio femenino con la mente y resolución de un guerrero masculino de antaño, una especie de Conan de Cimeria de metro sesenta y pocos y pintas de devoradora de adolescentes. Larsson murió, pero ella seguirá siendo el espejo donde se mirarán muchas mujeres, y sobre todo, donde beberán muchos escritores más a partir de ahora: cambiará el nombre del personaje, pero todas serán clones de Lisbeth Salander. Y menos mal, por cierto, porque para volver a leer la enésima incursión onanista del igualmente enésimo escritor con ínfulas… 


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