Salamanca está algo aburrida. Decir sólo que mañana Pitingo abre el programa de Etnohelmántica 2009 en la Plaza Mayor (23.00 horas). Pero vamos, que todavía no calentamos motores. Queda para el recuerdo la versión, algo cutre, por cierto, de 'Arte'. Pero menos da una piedra. Ahora sí, algo bueno.
Una de las mayores simas intelectuales que existen es el de la repetición de la fórmula. Cuando le preguntaron a Ken Follet cuál era la clave para fabricar una novela de éxito, el flemático pero latinizado inglés dijo aquello de “si la supiera hubiera vendido el doble”. Es una pregunta muy común con una respuesta igual de común: no hay tal fórmula. Eso sí, se pude llegar a arañar la clave final por medio de la repetición hasta el onanismo de las mismas circunstancias y condicionantes. ¿Qué la novela negra escandinava es buena y vende? Pues venga, a sacar escritores con apellidos vikingos hasta debajo de las piedras. ¿Qué el thriller religioso vende? Pues venga a sacar novelas sobre Jesús, María Magdalena y el hijo de ambos y bla, bla, bla. ¿Qué la literatura infantil y juvenil vende? No se hable más, aquí hasta el apuntador escribe ya sobre el tránsito a la madurez, la autoconciencia de la realidad y bla, bla, bla. Nadie, pero de verdad que nadie, ha intentado en la literatura aplicar la fórmula Stanley Kubrick. A él le funcionó: en lugar de hacer una película y repetirla hasta la saciedad, como hace más de un escritor, saltó de un género a otro como le dio la gana, y siempre con los dos mismos principios: primero, redefinir y expandir las normas del género para hacer una pieza maestra; y segundo, limar y repetir hasta la cuasiperfección el resultado hasta llevar al ataque de nervios a todos menos a uno mismo. Así fue cómo Kubrick se convirtió en el mayor cineasta de todos los tiempos. Bueno, en uno de los Cinco Grandes. Hizo cine negro (‘Atraco perfecto’, 1956), cine histórico (‘Espartaco’ y ‘Barry Lindon’), ciencia-ficción (‘2001: odisea del espacio’), cine de terror (‘El resplandor’), cine posmoderno (‘La Naranja Mecánica’), cine bélico (‘Senderos de gloria’ y ‘La chaqueta metálica’) y pequeñas e inclasificables joyas de la emoción humana (‘Lolita’ y ‘Teléfono Rojo, volamos hacia Moscú’). Por eso fue el más grande. Por cierto, ¿no se han dado cuenta de que todas las películas que hemos mencionado están en la lista de las más grandes de la historia del cine? Pues por eso.
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