martes, 27 de julio de 2010

Tragedia por codicia


No es moral hacer leña del árbol caído, ni de las muertes de 20 personas para meter cizaña de los macrofestivales. Sirva este post como reflexión de que la masificación de un evento es la muerte del mismo: más valen un puñado de miles fieles con influencia que millones de incontrolados fans. Lo del ‘Love Parade’ de Duisburgo ya es historia y es una tragedia sin precedentes, mucho mayor que cualquier otro momento musical. Lo que empezó siendo una rebelión de la comunidad gay alemana, y más concretamente berlinesa, hacia el sistema y la sociedad, se había convertido en un evento de marketing turístico y musical, masificado, mercantilista e institucional. Es el mismo proceso de muerte por éxito que han sufrido tantos otros festivales que no han sabido cambiar o conservar su especificidad para no acabar siendo tan grande como para anquilosarse. Es la enfermedad del FIB, del Rock in Río, hasta cierto punto del Womad y de tantos otros festivales que empezaron siendo pequeños, alcanzaron su cota máxima y luego se convirtieron en pasto de los patrocinadores, de los intereses alejados de la música y de las apetencias del poder político, siempre necesitado de buena publicidad.

Hay una frase de ‘El Mundo’ que no deja de ser lapidaria y real: “Nació contracultural, espontáneo y político. Se volvió masificado, mercantil e institucional. Y acabó en 19 muertes”. Ojo, no tiene nada que ver la deriva del festival con lo que ha ocurrido: una cadena de fallos humanos que, por ahora, parece apuntar al ansia por la taquilla y las prisas por hacerlo fuera de Berlín, harta ya de que el eje de Brandenburgo se llenara de cientos de miles de personas, por no decir millones. Una tragedia sobre la que muchos se han aupado para sacar pecho, como Dr. Motte, el fundado original, que no ha perdido el tiempo para señalar con el dedo a los organizadores, que han anunciado que no volverá nunca más. Muy tarde. Parece mentira que en el país más y mejor organizado del mundo (Japón aparte) pasen estas cosas, como si fuera una nación del Tercer Mundo. La codicia tiene sus riesgos, y la mala organización y los fallos de unos y otros, mucho más.

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