martes, 31 de marzo de 2009

Los huesos desnudos de Madeleine

Bare Bones, una voz suave sin estridencias, con tendencia a parecerse a la de Nina Simona, un jazz salpicado de tranquilidad, donde ni una nota rompe la línea fácil de la melodía. Once canciones y ese título sugerente. Once pequeños lamentos de ese tipo de jazz cantado donde sólo la mujer parece dispuesta a hacer algo que merezca la pena oír. El que escucha se imagina una mujer negra y ligeramente oronda de lejano nombre francés, quizás pensando que es una de esas ovejas oscuras surgidas de los clubes de jazz de New Orleáns donde van los grandes músicos de incógnito a escuchar a los músicos de verdad. Luego descubre a una mujer joven, rubia y ligeramente aniñada, de ojos azules y rasgos europeos nacida en el sur profundo de Estados Unidos (única coincidencia) pero que tuvo que irse a los clubes de París, en el barrio Latino y universitario, para poder despuntar y regresar al hogar con una carrera bajo el brazo. Cinco discos bajo el brazo y una maravilla llamada ‘Bare bones’ que bien vale gastarse el dinero. Cuando canta Peyroux mece el alma como una niñera que sin estridencias deja caer lágrimas de jazz sobre el oído, como ver volar un colibrí entre tanto ruido que los demás llaman música y no es más que la demostración de que las perlas negras son siempre pequeñas, discretas y que no se oyen, se anhelan y se sienten. Una muestra: “I remember what my daddy tahught me ‘bout how warm whiskey is in a cold ditch / I got these bare bones”.


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