Fue ver esta foto de un desconocido escritor de la semana ‘Negra y criminal’ de Barcelona y darnos cuenta de cómo funciona el submundo del creador lingüístico: cierto desaliño, encendiéndose un cigarrillo (que vale por cualquier vicio conocido), miope, con arrugas en el rostro, barba (por pura dejadez y dar esa apariencia de hombre curtido recién bajado de un drakkar o de saquear un convento…) y lo que parece un pañuelo en la cabeza (que valdría por la capucha de una sudadera o un buen corte de pelo). El escritor siempre está solo, se hunde en su mundo; toda la fuerza creativa que el resto del común de los mortales expande hacia el exterior para vivir la vida él la invierte para crear mundos nuevos. Como decía un célebre autor de cuyo nombre nos hemos olvidado, “hay que elegir entre vivir la vida o contarla”. El pago a esa carrera sin final suele ser la gloria efímera, la eternidad o el fracaso más absoluto: aunque siempre con la esperanza de que posmortem le descubran. Al menos la familia cobrará los derechos de autor. No como la pareja de Steig Larsson, que por una ley machista de la super moderna Suecia no va a ver un duro del éxito del hombre de su vida después de muerto. Esto de los cadáveres nos recuerdan a dos epitafios lapidarios de dos autores, de los que tampoco revelaremos los nombres, por mantener cierto misterio. El primero tiene una lápida lisa con una inscripción: “Quítate de encima”. Y el segundo es todavía más clarividente: “Tranquilo, tú serás el siguiente en hacerme compañía…”. Ja, ja, ja. Mejor reírse de la vida que temer a la muerte, mejor reírse de ésta última que tomarse en serio la vida.
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