Al principio fue el verbo, o mejor dicho, la vida entre cintas de vídeo, estaciones de servicio, tugurios y trabajos inútiles. Era la vida del bueno de Quentin Tarantino, nombre y apellido imposibles de un tipo que desde la negación del argumento como motor del cine ha convertido el medio en un espectáculo de valor incalculable. Es un tipo capaz de convertir una película suya en un clásico el mismo día del estreno. Dentro de 50 años la gente verá ‘Reservoir dogs’, ‘Pulp Fiction’ o ‘Kill Bill 1 y 2’ como ahora se contemplan las secuencias de ‘El apartamento’, ‘El Padrino’ o ‘Blade Runner’. Su método es sencillo: su cabeza es una coctelera de influencias de todo tipo que él mezcla en forma de brebaje posmoderno donde la música es tan importante como la fotografía, las escenas de acción banales y los diálogos largos y frívolos, que en sus guiones alcanzan contradictoriamente un grado de profundidad que ya querrían muchos otros. En breve estrenará ‘Inglorious bastards’, remake de otra película italiana de los años 70 y que era el argumento de una novela de Corso Expresso hasta que otros le copiaron la idea. Mamones. Y no contaremos nada más. Bueno, no importa, si James Joyce plagió a Homero para escribir su ‘Ulises’ dublinés y todos le aplaudieron la gracia entonces nosotros podremos hacer lo propio y forrarnos en grupo como hicieron aquellos tres profesores de la Universidad de Bolonia con ‘Q’, firmando Luther Blisset. Novela por cierto totalmente recomendable. Ahí tienen uno de los carteles de la película, muy ocurrente por cierto…, el disparo en el punto justo para insinuar de qué va pero sin decirlo.
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