sábado, 21 de marzo de 2009

La terrorífica inteligencia

El gran José Antonio Marina, filósofo y obseso de la inteligencia humana, dijo hace no mucho en un reportaje de TV que había una forma de medir la inteligencia de las naciones: sólo hacían falta dos parámetros, el gasto en futbolistas y toda la parafernalia que rodea al asunto y el dinero invertido en formación intelectual en científicos que luego se exilian. Mejor no decimos el resultado que se dio en España. A Gervaise de la Rochelle le ocurrió algo parecido el día en que se convirtió en un huraño veterano. Vivía de su sueldo de funcionario de correos en Francia, trabajando siempre en solitario. Se encerró en sí mismo y no movió un dedo por prosperar mientras el resto de camaradas de la guerra escalaban puestos con el boato de haber estado en la Resistencia y con De Gaulle. Cuando uno de ellos le llamó para colaborar, su misantropía se atenuó lo suficiente como para mantener conversaciones. Pero entonces vio la mediocridad, la ignorancia y la corrupción de los suyos y, desesperado, volvió a su soledad. Odiaba el amiguismo, los clanes, las filias y fobias que se generan en esos círculos de gente que trabaja un día sí y otro también. Su paciencia no era muy amplia y de vez en cuando afloraba la misma furia que le dominó en la guerra. Básicamente se quedó fuera de los círculos, convertido en un erizo. 

Hasta que un día recibió una carta desde Londres en el que le enviaban el poema ‘If’ de Rudyard Kipling y una simple nota: “Recuerdo, querido Gervaise, que me sacaste de una cuneta cuando ametrallaron mis piernas. Recuerdo que eras más que capaz. Te ofrezco trabajo, pero a cambio debes abandonar Francia”. Según la biografía de su hijo Jacob, Gervaise apenas tardó tres horas en cruzar el Canal de la Mancha; antes de subirse al ferry en Calais se limpió las botas y no dedicó ni una mirada de despedida al país por el que había luchado. Esa misma tristeza del alma sienten miles de científicos y artistas españoles cada vez que se estrellan contra la burocracia, el desprecio a la inteligencia y la creatividad, al “Que inventen ellos”, a la mentira y el fariseísmo nacionales, y a la mediocridad de aquellos que saben escalar en la jerarquía con esa flamante inteligencia emocional por la que todos pierden el culo pero que nada hace por el resto de la humanidad. Cuando llegó a Londres, su amigo le preguntó por qué tanta rapidez. Gervaise sonrió como hacía años y contestó “Porque la inteligencia siempre da miedo”.


PD: este post, dedicado a B. Pero también para J.Romero, A.C., O.C.P (aunque ellos no lo sepan) y tantos otros que no tienen la culpa de haber caído de este lado de la cicatriz de los Pirineos. Mejor dicho, de este lado del Canal de la Mancha.


1 comentario:

Xabi dijo...

La mediocridad, la ignorancia y la corrupción son las hierbas (malas) más abundantes en nuestra sociedad, ¡así nos va!
Un saludo
S.Paramio