Cada día Tiresias empieza a tener más razón. Cada segundo que expira dejando paso a otro nos damos cuenta de que el escritor vive bien si no se excede en su humanidad. Ya dijimos hace poco que la futilidad de lo informado se superponía a la calidad. En un mundo que acelera cada vez más, ciertas licencias, como el tiempo para sentarse y pensar, se convierten en lujos que ni todo el oro del mundo puede comprar. Se nos viene a la memoria ‘Tiempos modernos’, donde Chaplin dejaba bien a las claras cómo el ser humano pierde la libertad y la sangre en un sistema que le automatiza sin cesar, en el que se hunde entre los engranajes de una maquinaria que no llega a ningún lado. Un tipo bastante poco propenso a lo revolucionario aseguró hace poco que la gran ruptura llegará cuando el ser humano regrese a su condición de brujo, cuando el conocimiento se convierta en un arte de ejercicio continuo y virtuoso y no una técnica industrializada.
Algunos añoran los tiempos en los que escribir era un placer y no una monotonía insufrible; otros echan de menos la época en la que correr era de idiotas, porque los sabios caminaban. Eran los tiempos de los filósofos, los científicos, los brujos, los budistas y los sanos y serenos de espíritu. Hoy, en cambio, aprovechamos toda nuestra tecnología para convertirnos en galgos que se desfogan detrás de una liebre mecánica que nos empuja a ser mejores que los demás. Falso, no se es mejor por correr más, ni por llegar antes. Se es mejor cuando sentado en una roca te das cuenta de la estupidez de la vida. Ya lo dijimos hace poco, pero lo repetimos para que no haya equívocos: Mejor reírse de la vida que temer a la muerte, mejor reírse de ésta última que tomarse en serio la vida.
PD: Y luego preguntan que quién es Gervaise de la Rochelle...
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