“No te vanaglories de tus éxitos porque así nadie te los podrá arrebatar” (Cheng Ming Chen). Mucha gente debería aprender de lecciones como la que acaban de leer, mucho más en una España habituada a fardar, venderse y vanagloriarse. Ni los dioses saben el daño que ha hecho el consejo anglosajón de "lo que importa es vender imagen y tener confianza en uno mismo", porque ese consejo candoroso, en manos de seres humanos, terminan por convertirse en defectos clamorosos. De las muchas injusticias existentes en el mundo hay una sangrante: no reconocer el mérito de alguien cuando lo tiene. Hay miles de libros y teorías sobre la estupidez humana y cómo ésta permite a determinados imbéciles ascender en la cadena de mando hasta hacer igualmente efectiva y verídica otra gran frase: "Si pones a un idiota al mando, todos nos volvemos idiotas". Es del teniente coronel Alexander Lockwood, poco antes de darse cuenta de que el coronel tarugo que tenía delante en la playa Sword el 6 de junio de 1944 tenía tanta buena imagen pública como inutilidad absoluta en batalla. El consuelo de Lockwood es que al susodicho oficial le voló la cabeza un francotirador de la Wehrmacht cuando levantó la cabeza, justo cuando le habían dicho que no lo hiciera. Pero, ¿cuál será nuestro consuelo? No importa, S. V. siempre tenía frases para todo: "Tranquilo muchacho, para ser grande primero tienes que ser humilde, y además, nada suena mejor que los halagos que piensas sobre ti en los labios de los demás".
viernes, 12 de diciembre de 2008
Sobre la grandeza de la humildad
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