En un reportaje titulado ‘Adiós, clase media, adiós’, del diario ‘El País’, el periodista Ramón Muñoz arranca así: “Ridiculizada por poetas y libertinos; idolatrada por moralistas; destinataria de los discursos de políticos, papas, popes y cuantos se suben alguna vez a un púlpito en busca de votantes o de adeptos; adulada por anunciantes; recelosa de heterodoxias y huidiza de revoluciones; pilar de familias y comunidades; principal sustento de las Haciendas públicas y garante del Estado de bienestar. La clase media es el verdadero rostro de la sociedad occidental”. Ante este párrafo sólo podemos decir una cosa: que pocas veces en tan pocas líneas se ha podido resumir mejor qué es esa ameba social llamada clase media que según Matt Groening, en ‘Los Simpson’, se puede dividir todavía en otras ocho subclases. Homer sería de la “clase media-baja-medio-alta-baja”. Cachondeo aparte, lo que sí que es cierto es que la economía que sustenta a libertinos, poetas, moralistas, políticos, publicistas, popes, papas, revolucionarios, reaccionarios, familias e inspectores de hacienda depende directamente de esa clase media que algún descerebrado marxista llamaba “clase mediocre”. Como solemos decir por aquí: “Bienaventurados aquellos que sean coherentes, y no como otros, que son ateos en la bonanza y fieles creyentes en la desgracia”. Los más débiles son los que pagan el pato de la comida de la crisis, y la clase media resiste como un espartano, ¿pero por cuánto tiempo?
Muñoz se despacha luego con estas frases estilo Nostradamus que nos hacen vibrar: “La nueva clase dominante que la sustituya bien pudieran ser los pujantes mileuristas, los que ganan mil euros al mes. Tal y como sucedió cuando los mamíferos sustituyeron a sus gigantes antecesores, los mileuristas tienen una mayor capacidad de adaptación a circunstancias difíciles. También se adaptan los pobres, pero no dejan de ser excluidos, mientras que los mileuristas son integradores de la masa social. Por eso se están extendiendo por todas las sociedades desarrolladas”. Madre mía, queremos tus manos, Ramón, las deseamos, como Gollum el maldito anillo de marras.
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