1. La gente no sabe estar en el teatro. Especialmente los que lo consideran como una prolongación del pincho y la caña. Además, en España, se une la mala educación de parlotear cuando no se entiende lo que se ve. Si no sabe usted, o no comprende, puede irse, no hay francotiradores en el techo.
2. Para que una obra funcione hay que darle algo de tiempo. Juzgar los 15 primeros minutos es el primer paso para equivocarse. Lo hicieron en Salamanca con ‘Orgy of tolerance’ de Jan Fabre y todos los que vieron el principio erraron el tiro. Eso cuando no se hicieron comentarios por la ciudad del estilo “¿A eso le llaman arte? Menuda mierda”. Hay libertad de expresión para todo, incluso para ser ignorante.
3. El teatro siempre está en crisis, desde Eurípides, pero no deja de llenar escenarios, de atraer gente y de sobrevivir con entradas a 8 y 9 euros mientras los conciertos jamás bajan de los 30 euros y el cine ya es un insulto monetario en vista de lo que se recibe a cambio.
4. El público de teatro es diferente: no se forja en una noche, sino en varias, entrenándolo para que acepte vanguardias y esté dispuesto a llegar al borde de lo permisible si a cambio le hacen pensar.
5. El mundo del teatro también es mentira, y sobre todo, farsa. La comedia más burda ya existía al mismo nivel que la tragedia, y los griegos fueron maestros en hacer llorar y hacer reír. Luego los romanos dieron el doble salto mortal e inventaron la sátira. Tan legítimo es el comediante como el actor de carácter que enfatiza el dolor.
6. Visto lo visto, el Festival de las Artes debería dejarse de tanta bobada callejera y duplicar el número de obras de teatro de sala. Es lo mejor, lo de más calidad y no deja indiferente a nadie.
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