Gotcha!, como dicen los americanos. Algo así como "te pillé". 11.35 de la mañana y uno de nuestros hombres en la sombra se pasa por El Alcaraván de la calle Compañía para un café rápido. Justo al lado, en la Casa de las Conchas acaba de terminar una de las ruedas de prensa del Festival de las Artes; mientras le da el primer sorbo a un cargado café aparece el color plateado y la voz cavernosa de Guy Martini; de fondo, dos voces femeninas. Los dos se miran un instante, Martini parece reconocerle y nuestro hombre en La Habana (que diría Graham Greene, juas juas) sonríe levemente. El francés da la espalda y las dos chicas se interesan por el tipo que él ha mirado de reojo un par de veces. Martini no es muy dado a saludar a la prensa, si acaso algún que otro, casi por interés. Nuestro fisgón particular pasa olímpicamente de él. Va a lo suyo, a la prensa nacional y al café, convertido ya en un tótem mañanero sin el que es un despojo humano.
Eso sí, pega el oído a las modulaciones de voz de las dos chicas, que le explican cómo funciona el Campeonato de Beatbox que habrá ese fin de semana dentro del Festival. Porque él no lo sabe. Una de las chicas parece francesa (pelo castaño, rasgos lineales, delgada, casi anoréxica, sonrisa maliciosa) pero habla con acento madrileño, y la otra, una modernilla de gafas de pasta de color rojo y sonrisa bobalicona, termina por irse. Se quedan los dos. Martini se acerca un poco más, cuchichean, fuman con ese vahído de manos que tenía la Garbo, a la que parecía que se le iba a caer el cigarrillo en cualquier momento. Nuestro hombre termina, paga y se va. Busca una mirada quizás para decir hola y adiós furtivamente, pero Martini le evita y es la chica la que mira sonriente, como para memorizar el rostro. Pero el cuervo está librando y no tiene ganas de socializarse aunque sea por trabajo. No está el horno para bollos, y Martini más de una vez ha mirado para otro lado al cruzarse con determinadas personas que le han metido el dedo en el ojo.
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