miércoles, 17 de junio de 2009

The Sudamerican Experience

Sudamérica es una gran incógnita, una X gigantesca. Y cuando decimos Sudamérica no hablamos de ese mundo perdido y carcomido que es América Central, que vive más cerca de los desastres caribeños que de la parte sur del continente. Y por supuesto quitamos también a México, un continente en sí mismo y que está, definitivamente, ligado al destino de EEUU y Canadá. Dentro de poco comenzarán oficialmente las fiestas por el Bicentenario de la independencia de la metrópoli española (y nos pondrán a parir un día sí y otro también), dos siglos de supuesta libertad llenos de errores de bulto que convirtieron la región más rica del planeta (muy por delante de África y Asia) en un lodazal de corrupción, discriminación, oligarquía, violencia, machismo y miseria cultural. Sólo ahora, después de probar todas las fórmulas posibles de utopía (todas fracasadas), es cuando empiezan a sacar la cabeza siguiendo a la Gran Reina, Brasil, el único país que se ha tomado en serio el potencial sudamericano. El resto de naciones latinoamericanas deberían aprender mucho de este inmenso país que debajo del amor por la jarana posee un innato sentido práctico. 

Es el único junto con Chile que ha dado números positivos, y su poder ya ha sido aceptado por la inmensa mayoría del subcontinente: incluso la rocambolesca Venezuela se ha currado su amistad. No hay más posibilidades: Argentina se ahoga en sus contradicciones y no encuentra la salida; Colombia todavía no ha terminado de salir de las tinieblas, pero está en ello; Perú, justo cuando había logrado coger la senda, se ha dado de bruces con el anacronismo cultural indígena (otro día hablaremos de cómo el recuerdo emponzoñado del pasado es la soga del ahorcado de esas comunidades que no quieren progresar sino resucitar un pasado perdido para siempre, como Bolivia); Ecuador va por el mismo camino que Venezuela; y finalmente, Chile, Paraguay y Uruguay son naciones demasiado pequeñas como para hacer nada que no sea sobrevivir con elegancia. Por eso es tan importante Brasil para el mundo, porque es un modelo de desarrollo mestizo y regional, el vestido en el que entrarían todos al sur del estrecho de Panamá, y porque supone, por fuerza matemática, la superación del abismo racial. A Lula lo estudiarán en los colegios nuestros hijos algún día, por su legado estilo Roosvelt. 


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