lunes, 15 de junio de 2009

Das Blauehaus - El alba en tu espalda

El torrente azul rompe las murallas y con la nostalgia de un verano que arranca retrotrae al sueño dulce y maravilloso del paraíso en una sola ciudad. “El paraíso está allí donde nuestro corazón se hincha y se siente dichoso de palpitar”, dijeron una vez.

Marie Kassovitz se dejó llevar por la lentísima mecedora del viento. Arqueó la espalda al apoyarse en la pared, dulce, relajada y tranquila, tan sobria que podría haberse hundido el mundo a su alrededor. Fumó todavía más serenamente que nunca, dejando escapar el humo alrededor de su rostro ovalado, que lo bañaba sin poder arrancarle el olor de la noche. Deslizó la mano izquierda en uno de los bolsillos de los pantalones negros; la otra resbaló por uno de los tirantes, por la camiseta blanca, hasta su otro bolsillo. Sostuvo el cigarrillo en los labios rosáceos y canturreó sigilosamente una estrofa de Aznavour. Miraba a Kavafis dormir plácidamente mientras el sol despuntaba por encima de la densa arboleda del Treptower Park. El ático se llenó de luz y los primeros rayos atravesaron la enorme cristalera inclinada para siluetear los blancos cuerpos de Kavafis y Beatrix, juntos, con las manos entrelazadas. Marie miró su reloj y calculó que Viana ya estaba en la Blauehaus. Con el móvil se grabó primero a sí misma, con el cabello oscuro transformado en el rubio oxigenado de la noche anterior. Era y se sentía hermosa, andrógina y perfecta en el caos que proyectaba su alma masculina en el cuerpo de mujer: ‘Te mando el alba en su espalda y un beso, amor’. Al girar la muñeca lentamente grabó la cama y el alba maravillosa de una mañana de primavera en Berlín que acariciaba la espalda sin mácula de Beatrix”.


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