"Mientras la lluvia se endurecía para convertirse en aguanieve, en un gran enjambre de insectos transparentes que se movía al son del viento sobre Berlín, la Friedrichstrasse se helaba lentamente. Kavafis miraba por el ventanal de la cafetería del hotel. Nina no paraba de hablar de la nobleza perdida en el trato entre los hombres, de cómo la perversión lo había ensuciado todo. Kavafis metió el dedo índice derecho en su copa plana; el hielo picado se mezclaba con los fresones aplastados que absorbían el azúcar y el vodka de su Erdbeere des Feuers, un nombre muy largo para la vieja mentira mental que el escritor judío Zweig había dejado tras de sí para sus lectores. Así que Kavafis lo había terminado por llamar un 'zweig', tan legendario como su paso por la calle bajo el frío. Palpaba los blandos fresones igual que había saboreado sus labios, igual que su piel se había reblandecido por las manos finas y los dedos de pianista de Kavafis, de la misma forma que sabían los fresones olía ella: fruta de fuego, el sabor en la lengua de la carne caliente y seca de su amante mientras se recluía en la esquina más oscura de la Blauehaus".
domingo, 30 de noviembre de 2008
Blauehaus - Fresas de Fuego
Kavafis regresa de Ítaca, y al hacerlo descubre que en ella cada acto y pensamiento es el eslabón de una cadena que cobra sentido al verse en perspectiva. Fresas de fuego.
"Mientras la lluvia se endurecía para convertirse en aguanieve, en un gran enjambre de insectos transparentes que se movía al son del viento sobre Berlín, la Friedrichstrasse se helaba lentamente. Kavafis miraba por el ventanal de la cafetería del hotel. Nina no paraba de hablar de la nobleza perdida en el trato entre los hombres, de cómo la perversión lo había ensuciado todo. Kavafis metió el dedo índice derecho en su copa plana; el hielo picado se mezclaba con los fresones aplastados que absorbían el azúcar y el vodka de su Erdbeere des Feuers, un nombre muy largo para la vieja mentira mental que el escritor judío Zweig había dejado tras de sí para sus lectores. Así que Kavafis lo había terminado por llamar un 'zweig', tan legendario como su paso por la calle bajo el frío. Palpaba los blandos fresones igual que había saboreado sus labios, igual que su piel se había reblandecido por las manos finas y los dedos de pianista de Kavafis, de la misma forma que sabían los fresones olía ella: fruta de fuego, el sabor en la lengua de la carne caliente y seca de su amante mientras se recluía en la esquina más oscura de la Blauehaus".
"Mientras la lluvia se endurecía para convertirse en aguanieve, en un gran enjambre de insectos transparentes que se movía al son del viento sobre Berlín, la Friedrichstrasse se helaba lentamente. Kavafis miraba por el ventanal de la cafetería del hotel. Nina no paraba de hablar de la nobleza perdida en el trato entre los hombres, de cómo la perversión lo había ensuciado todo. Kavafis metió el dedo índice derecho en su copa plana; el hielo picado se mezclaba con los fresones aplastados que absorbían el azúcar y el vodka de su Erdbeere des Feuers, un nombre muy largo para la vieja mentira mental que el escritor judío Zweig había dejado tras de sí para sus lectores. Así que Kavafis lo había terminado por llamar un 'zweig', tan legendario como su paso por la calle bajo el frío. Palpaba los blandos fresones igual que había saboreado sus labios, igual que su piel se había reblandecido por las manos finas y los dedos de pianista de Kavafis, de la misma forma que sabían los fresones olía ella: fruta de fuego, el sabor en la lengua de la carne caliente y seca de su amante mientras se recluía en la esquina más oscura de la Blauehaus".
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