En todos lados hay herejes, incluso en la música clásica. En este mundo cerrado en apariencia pero mucho más universal que cualquier otro artificio cultural imaginable, a partir de los años 20 y 30 se avanzó hacia niveles superiores de entendimiento: mientras la música popular lo inundaba todo y lo sinfónico migraba en busca del vil metal en forma de bandas sonoras (todo un arte, todo sea dicho), los compositores exploraban nuevos territorios donde es imposible silbar para nadie: la música es una yuxtaposición de quiebros y giros que hacen imposible a ningún melómano silbar con coherencia, o tararear. Es el precio a pagar por el mismo mal que la pintura: la abstracción y el personalismo aíslan la partitura para convertirla en una caja negra. Sin embargo, sigue teniendo algo de brillantez que lleva a educar al oído. Como decía Bertrand Chavarría, miembro del Smash Ensemble, “es cuestión de educar al oído a otro nivel”. Pues para eso están, por ejemplo, el III Smash Festival de Música Contemporánea (del 25 al 30 de noviembre) que este año ocupará el DA2 y la Hospedería Fonseca en un ejercicio de virtuosismo contemporáneo insensible a los prejuicios. “Es que no me llega” dijo una vez un redactor. No chaval, el problema es que tu oído no llega al mínimo. Merece la pena que el personal pruebe suerte, escuche y luego juzgue. Antes, incluso, de que se lleven el festival a Valladolid, como todo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario