Suceso: por un error en el programa ayer no salió esta entrada de Corso Expresso. Nos hemos dado cuenta tarde y mal, así que pedimos perdón, no volverá a suceder. Va con fecha del sábado pero la hemos reactivado hoy domingo. Lo lamentamos. Fustigaremos con látigo de siete colas al becario responsable (LC dixit).
Feo, sucio, andrajoso, con toda seguridad bisexual (habida cuenta de la cantidad de efebos que tuvo como alumnos), misógino (como todos los griegos) y padre de una línea de pensamiento que más de uno ha detestado y lamentado durante siglos. Sin embargo, Sócrates fue el primero en denunciar que el ser humano se fiaba demasiado de las apariencias, que en realidad sólo eran copias baratas (metafóricamente hablando, claro) de las verdaderas ideas de las cosas. Es decir, que una mujer bella sólo era una distorsión física de la verdadera idea de la belleza, ente abstracto que habitaba en un mundo superior y verdadero al que no se accedía por los sentidos, que nos engañaban. Algo parecido ocurre en este mundo actual, dominado por la cultura de lo visual que no para de darnos disgustos, de aferrarse a esa fusión entre instinto biológico y desprecio de lo abstracto que tanto daño le hace a Occidente. Vivimos tiempos nazis, que diría De la Rochelle, porque el culto a la juventud y a la belleza física a partir de determinados cánones fisiológicos ha generado tanto dolor y sufrimiento que cada vez que aparece un nuevo anuncio publicitario propagando ese cliché el publicista debería tener una almorrana nueva (de hecho se pasan tanto tiempo sentados comiéndose la cabeza por una idea que igual no hace falta ni maldecirles...). Quizás el impacto del ascenso de Asia tenga una consecuencia positiva para nuestra civilización, y es el mirar más en el interior, porque la belleza perfecta (como decía Angelina C. Blacksmith) siempre está oculta y dentro de las personas. Quien no lo vea es un ciego que no merece más que desprecio de los verdaderos videntes.
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