Hasta que un día las circunstancias cambiaron: hubo movimiento por los despachos y alguien nuevo se fijó en él. Empezó a revisar su trabajo y se dio cuenta de que curraba más que el resto, que lo hacía bien y que había logrado organizarse sin depender del resto. Le ascendió. Y los demás, obviamente, se quedaron lívidos: "¿ése, por qué él si no destaca?". Pues precisamente por eso. En la primera reunión planteó los temas, cómo quería trabajar a partir de ese día, que era justo lo contrario de lo que se había hecho. Simplemente aplicaba lo aprendido en años de trabajo diligente. Entonces, al ver que todos le ninguneaban porque le seguían viendo como uno más, decidió que el dragón llevaba mucho tiempo dormido. Lo que sabemos en Corso Expresso es que de un equipo de 10 personas sólo quedaron en su puesto dos, precisamente los más nuevos. El jefe que le había ascendido no dijo nada, simplemente sonrió y todo siguió su curso. Por eso el viejo proverbio chino debería estar tatuado en la cabeza, justo al lado de otro dicho siciliano: "Teme con pavor los largos silencios de tu vecino". Somos como los icebergs, ¿verdad?
viernes, 14 de noviembre de 2008
El Dragón Dormido - Lecciones da la vida, hermano
El trabajo se acumula y no todo sale como debiera, pero Corso Expresso no abandona, y mientras el equipo buscaba tiempo para hacer entradas llegó una noticia que a uno de nosotros nos recordó un viejo proverbio chino: "Afortunado el hombre que sea como un dragón dormido". Se explica porque cierto conocido, personaje discreto, picapedrero, trabajador sacrificado que siempre estaba en silencio y cumplía de sobra con lo que se le exigía, ha protagonizado la metáfora perfecta de lo que ese proverbio (que todos deberían tatuarse) quiere decir. Brevemente: el discreto y sigiloso tipo, apreciado por todos por su amabilidad, educación y buen hacer, con cierto talento pero tampoco para ser una bomba, estuvo unos tres años soportando a compañeros trepas, a listillos, pelotas, cortesanos y jefes mediocres que supieron bien cómo explotarle. Algunos le decían que no se dejara pisar, pero él siempre respondía encogiéndose de hombros. Se sentía satisfecho con su trabajo. De hecho, vio pasar a muchos por la oficina, y él siempre permanecía: "pobre, se va a quedar aquí para siempre", pensaban los demás.
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