

Hasta que un día las circunstancias cambiaron: hubo movimiento por los despachos y alguien nuevo se fijó en él. Empezó a revisar su trabajo y se dio cuenta de que curraba más que el resto, que lo hacía bien y que había logrado organizarse sin depender del resto. Le ascendió. Y los demás, obviamente, se quedaron lívidos: "¿ése, por qué él si no destaca?". Pues precisamente por eso. En la primera reunión planteó los temas, cómo quería trabajar a partir de ese día, que era justo lo contrario de lo que se había hecho. Simplemente aplicaba lo aprendido en años de trabajo diligente. Entonces, al ver que todos le ninguneaban porque le seguían viendo como uno más, decidió que el dragón llevaba mucho tiempo dormido. Lo que sabemos en Corso Expresso es que de un equipo de 10 personas sólo quedaron en su puesto dos, precisamente los más nuevos. El jefe que le había ascendido no dijo nada, simplemente sonrió y todo siguió su curso. Por eso el viejo proverbio chino debería estar tatuado en la cabeza, justo al lado de otro dicho siciliano: "Teme con pavor los largos silencios de tu vecino". Somos como los icebergs, ¿verdad?
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