Dijo Epicuro de Samos: “De todos los bienes que la sabiduría procura para la felicidad de una vida entera, el mayor con mucho es la adquisición de la amistad”.
La amistad es un juego de las sillas donde la música nunca para, donde siempre estamos en movimiento, porque detenerse es morir. También es un jardín que hay que regar, donde miles de amapolas esperan a su reina. A la puerta hay un dragón dormido que las custodia, pero que ahora ya no verá a la jardinera y los ojos se le harán cristal por la soledad. Los romanos llamaban a ese vacío "el tiempo de la amistad", porque nunca ésta nunca se hace tan fuerte como cuando no se ve al otro. Segunda vez que la dueña del jardín se va, y también entonces fue "tempus amichitas", más fuerte incluso. Fue el tiempo de la desazón del vacío, el frío intenso al otro lado de las costillas, entre los pulmones. Ahora se abre el desierto, una vez más, y haber visto el jardín solitario antes no es antídoto para los bárbaros, imbéciles y mediocres que medran en ese vacío. Recordamos a una reina que primero enseñó y luego abrazó, aunque le costara. Lo mejor que se puede decir de alguien es que haya sido maestra de otros. Atrás quedan cigarrillos, restaurantes, trabajo, mudanzas, una ciudad a orillas del Águeda, un campo verde inmenso frente a la ventana a la que se asoma, vodka negro en chupitos y la sensación de que la jardinera reinará de nuevo, esté donde esté. Dijo Epicuro que la amistad es la columna a la que te agarras en la tormenta. Y estemos cómo y donde estemos, la amistad no se rompe, hunde más las raíces. Ahora queda la vida, los bares, los guiños, las risas y un futuro tan negro como abierto. Lo mejor. Nosotros no olvidamos nunca. Hay memoria de elefante para el mayor tesoro, Mónika!
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