
“Es el signo de los tiempos. Es verdaderamente una expresión de este retrógrado conservadurismo cultural para el cual toda alteración del 'status quo' se convierte en un acto de blasfemia". La frase es del hijo de Darío Fo, Jacopo Fo, que ha reaccionado así cuando la Iglesia decidió, ayer mismo, que el Premio Nobel de Literatura italiano no podrá estrenar ‘Giotto o non Giotto?’ en la plaza de la basílica de San Francisco de Asís. ¿Razón? Sencilla: cuestionar, como muchos otros críticos de arte, que Giotto hubiera pintado los famosos frescos de la basílica. La obra teatral, un monólogo largo como un día sin pan de unas cinco horas, sostiene la tesis de que Giotto era demasiado joven como para poder tener un encargo de tal envergadura. Al ser suelo perteneciente a la edificación, directamente la Iglesia ha decidido prohibirlo. Pero ojo, que en esta comedia huele raro, como en la Dinamarca de Hamlet. Preguntas: ¿Qué pasa, es que Giotto y su obra entran dentro del dogma de fe cristiano?, ¿acaso si no fueran de Giotto ya no habría tantos ingresos por turismo en la basílica?, ¿es que los tonsurados no saben vivir sin prohibir o decirle a la gente lo que pueden o no pueden ver? De todas formas es una tormenta en un vaso de agua: es tan sencillo como llevar la obra a un teatro municipal, quizás fuera de Asís para que el alcalde de turno no se pliegue y ponga pegas. Siempre habrá un escenario alternativo dispuesto para Fo. De momento, y sospechamos que muchas veces esto es lo que realmente hay detrás, Darío Fo ya tiene la publicidad de su nueva obra asegurada. ¿Lo pillan?






Pero en España no se fomenta el esfuerzo, el trabajo: se repite una y otra vez que el trabajo es el castigo de Dios contra Adán y Eva por desobedecerle. Miles de años de adoctrinamiento religioso han derivado en esta santa tierra en clichés psicológicos imposibles de borrar, al menos no en una o dos generaciones y sólo si se empieza desde ya. Pero eso no será posible porque incluso el sistema educativo baila y oscila una y otra vez en función del tarugo gobernante de turno; además, no se ha hecho una labor de explicación al pueblo de cómo es el sistema educativo. Ya puede funcionar la mejor pedagogía del mundo, pero si la gente no la conoce la verá como algo extraño y la rechazará. Así de simple: comunicar es esencial, y la amalgama de siglas termina en un marasmo que confunde a los padres, que al final dejan a sus retoños en soledad frente al televisor, la niñera perfecta que encima les ofrece productos infames como ‘Aída’, donde lo que se premia es la risa fácil y la sociopatía parasitaria. Ejemplo: en Gran Bretaña uno de los programas más vistos en TV es un culebrón sobre la periferia, pero sólo unas décimas por encima de un programa sobre arte moderno. Pues eso. 















