martes, 30 de noviembre de 2010

Picasso inédito (¿seguro?)

Antes de empezar un pequeño recordatorio para tres bestias pardas del cine que se van. Primero a Leslie Nielsen, mito del cine cómico que empezó haciendo dramones en los 50 y terminó siendo el detective absurdo de 'Agárralo como puedas'. Segundo, a Irvin Kershner, director de 'El Imperio contraataca', capaz de convertir en algo más adulto y serio las idas y venidas hormonales de George Lucas. Tercero, para Mario Monicelli, director fundamental del cine italiano (mucho menos conocido aquí) y que prefirió suicidarse a tener que padecer, con 95 años, una enfermedad dolorosa. Recuerdos para todos, para tres más que nos dejan, y repetimos lo de siempre: nadie es imprescindible, pero cada voz que se apaga no vuelve nunca más, así que sí que se pierde algo imprescindible. 

Y ahora Picasso: ¿Les contamos un cuento? Pues érase una vez que se era un electricista que a principios de los 70 trabajó para Picasso en varios arreglos, y como compensación, muy en la línea del malagueño, en lugar de pagarle le regaló dibujos y cuadros para que los vendiera luego. Recuperamos el texto de 'El País', de Antonio Jiménez-Barca, para que vean lo increíble del caso: 

"El 14 de enero pasado, Claude Picasso, el hijo del pintor y el administrador de su herencia, recibió una carta que le llamó mucho la atención. Un tal Pierre Guennec le pedía un certificado de autenticidad de 26 obras inéditas de Picasso y acompañaba para ello unas fotografías de no muy buena calidad. El 30 de abril, el hijo del pintor recibió otra tanda de fotografías y otro texto asegurando que se trataba de obras de Picasso. Claude Picasso, intrigado por la revelación, se puso en contacto con Guennec, que acudió a París en septiembre acompañado de su esposa y de una maleta. En ella, para estupefacción del hijo del artista y de varios expertos, fueron surgiendo hasta 271 obras desconocidas del autor, de un valor de 60 millones de euros".

Evidentemente el tal Guennec es muy tonto y ahora tiene nuevo domicilio, en una celda francesa, donde estará a buen recaudo hasta que aclare por qué un hombre que fechaba y databa todo lo que hacía le donó tantas obras sin dar anotación o testimonio de ello. Un hombre que guardaba el dinero bajo el colchón, que no se fiaba de los bancos y que sí, era generoso, pero sólo con los que sabían iban luego a vender su obra para sobrevivir. ¿Por qué hacerlo ahora? Sencillo, porque según la legislación francesa el delito ya habría prescrito. Así que empieza una larga batalla judicial entre los Picasso y los Guennec, mientras el resto esperamos poder echarle un ojo al regalo de don Pablo. Qué grande era este hombre, de verdad, qué grande...

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