viernes, 19 de noviembre de 2010

Dardos contra Góngora

No hay comunicación si el mensaje no se entiende. Es como uno más uno son dos. Como tirar un dardo y dar en la diana. Un ejercicio de sencillez combinada con el estilo. Y si hay algún escritor que ha sentado mala cátedra fue Góngora. Nada contra su poesía, nada contra él y su forma de entender la literatura; era verbigracia por verbigracia, no un mensaje. En su campo fue un ejemplo, en el resto, el espejo distorsionado en el que se miran cientos de periodistas o supuestos adláteres capaces de inventarse nuevas palabras con tal de parecer más profundos. Escribir sobre arte es como construir una berlina alemana: es compleja, sutil, casi perfecta, un ejercicio de ensayo y error que deja tras de sí un coche sólido, fiable y elegante. Pero algunos en lugar de Volkswagen parecen querer hacer un Maserati con las piezas de un Skoda. El resultado es una soga en la garganta, un atasco de tráfico en la cabeza y un fracaso absoluto. 

¿De qué sirve dominar una lengua que luego destrozan en su sintaxis más pura para hacer engendros del demonio, auténticos trabalenguas que sólo valen para que alguien les llame “mataviejos”? Comunicar es un ejercicio de equilibrios: un poco de filosofía, otro poco de verbigracia, otro tanto de estructura sencilla y un mucho de ser capaz de convertir el idioma en un torrente. ¡Justo!, como un río de montaña: baja con fuerza pero no se sale del cauce. Es agua pura, cristalina, sin mácula; porque más abajo sólo hay meandros que marean, y en los meandros hay pantanos, y mosquitos, y basura, y ciénagas. La prensa está llena de ciénagas y muy pocos ríos de altura. Ahora, si nos han entendido, ¿ven qué fácil es ser sinuoso sin ser confuso? “Mi reino por una bala para Góngora”, que diría Buenamadre.  


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