martes, 4 de mayo de 2010

Libros sin prejuicios

Uno de los mayores obstáculos para entender algo siempre son los prejuicios. Gadamer aseguró que todo ser humano es educado a partir de prejuicios, y que en su análisis y juicio del mundo siempre quedan restos de las influencias subjetivas de otros. No hay objetividad, pero recientemente personajes de cuento malo de tertulia mala en café bohemio malo como Eduardo Jordá, que carga contra Miguel Delibes, Valladolid y Castilla y León cegado por el esplendor mediterráneo, ése que se perdió muchísimo tiempo atrás con Eugeni D’Ors, Gaudí y Marsé. Porque no hay más cera que la que arde, y los cirios de Levante son pequeños. Circula el artículo de Jordá y colecciona enemigos por doquier: si es cierto, estupendo, si no lo es, quizás a Jordá le hayan hecho el mayor fake del periodismo en años. Sea como fuere, el nacionalismo tiñe de identidad lo que no lo tiene, y en estos tiempos de vacío ideológico la sangre, el RH, el ADN y las tradiciones finiseculares llenan las cabezas. Sólo por eso merece la pena asumir que Gadamer tenía razón (aquí no soportamos a Marsé, pero mira, nos aguantamos), y que no todo lo que sale de un sitio es minoritario, rancio y hecho de sobras. Sólo en literatura, en Castilla y León, merece la pena recordar que ésta es la tierra de Antonio Colinas, Andrés Trapiello, Luis Mateo Díez, Luciano Egido, Julio Llamazares o Antonio Gamoneda, por poner un puñado de ejemplos. A la literatura no se acude con el gusto, sino con la cabeza en la mano como un Hamlet cualquiera, no vaya a ser que por prejuicios de gusto, ideología o edad vaya a perderse el lector una novela definitiva para él. Nunca se sabe lo que puede traer la marea… Menos prejuicios (y no sólo por Jordá) y más juicios a posteriori, con el libro en la mano. 


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