domingo, 2 de mayo de 2010

Arte, periodismo y relatividad

Cada vez es más complicado intentar saber, dentro del arte, qué es digno de ser visto y qué no lo es. Todavía más desde que se puso en marcha, años atrás, ese ente sin forma pero peso y masa concretos que es la “industria cultural”. Es un nuevo concepto que arrancó cuando en la posguerra los artistas de los ismos y las vanguardias de Entreguerras comenzaron a vender en masa sus obras, bien por esnobismo, bien porque por fin el mundo prestaba atención a sus creaciones. Mucho más lejos de lo que podría imaginarse, empezaba una carrera de malentendidos entre arte y periodismo. El primero, incapaz de conectar con un mundo real del que, por esencia misma, huye. Los más afortunados simplemente intentan reconstruirlo de otra forma. Aquí es donde vamos a ahorrarlos la ardua tarea de definir el arte, que es como Dios, tiene tantas caras como imaginación el ser humano. Porque no hay un argumento que convenza de si es representación, figuración, emoción, referencia, servicio al poder o simplemente comunicación. En eso los escritores siempre han ganado la partida. De las muchas revistas y medios especializados sobresalen en España dos ejemplos concretos. Primero el suplemento ‘El Cultural’, cuyo poder de atracción va íntimamente ligado a su conexión con los grandes medios. Y todos en el mundillo saben que ‘El Cultural’siempre ha pensado más en las letras que en cualquier otro arte. De casta le viene al galgo, porque la prensa escrita y la literatura han ido de la mano muchas veces, y la transfusión de un sector al otro ha sido, es y será siempre más íntima que entre la pintura y los medios de comunicación. Un ejemplo de recomendaciones de ‘El Cultural’ serían la obra de Gilberto Zorio en el CGAC de Santiago de Compostela, pero también Ronsangela Rennó en La Fábrica (Madrid, hasta el 29 de mayo) con ‘Fiebre, basura y poesía’, o Pablo Valbuena (Matadero Madrid, hasta el 9 de mayo), donde expone ‘Quadratura’.

En el otro extremo, ‘Exit Express’, otra revista especializada que hace un repaso a lo mejor del año y cita nada menos que 50 exposiciones que pueden valer tanto como las ganas de vender espacio artístico. No dudamos de que haya mucho talento en ellos, pero el problema es que siempre quedará esa duda final de si merece la pena, de si realmente es tan bueno como dicen, si tiene mérito… y muchas de ellas son tan nuevas que no tienen punto de comparación, con lo cual ni el público ni los críticos a veces se ponen de acuerdo en si realmente es arte o artificio. El abismo puede ser inmenso, pero para la opinión público el arte contemporáneo se balancea peligrosamente entre una cosa y la otra. La mentira del arte se transforma en verdad con los años, y si no recordad a los dadaístas; pagan justos por pecadores, todo entra en el mismo saco para los periodistas y al final sólo queda la desolación y la apariencia para quedar bien con quien paga o monta la exposición. Una pena. Y todo esto porque un día un listo puso un wc en un museo…

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