Año 1274. Fue el último instante en el que la estructura de la Iglesia católica romana tuvo utilidad. Ese año murió Tomás de Aquino, el reintroductor de Aristóteles en el sistema de conocimiento occidental. El alumno díscolo de Platón, que había estado perdido para Europa durante la primera parte del Medievo, renació a través de las traducciones e interpretaciones de Tomás, santo para la Iglesia porque jamás tuvo a su disposicion un sabio de esas dimensiones. Fue en los monasterios donde se larvó buena parte de lo que hoy es Occidente, pero a partir del siglo XIII, con la muerte de Tomás de Aquino, dejaron de tener ya sentido. No en aquel tiempo, pero sí para nosotros. A partir de ahí la Iglesia dejó de aportar nada al mundo y se convirtió en un remanente de poder temporal que sólo soñaba con dominar a las masas por el miedo a la muerte y el monopolio de la salvación.
La institúción más hipócrita conocida: la misma que condenó de forma consecutiva a Copérnico, Galileo, Giordano Bruno, Newton, la Enciclopedia, la Ilustración, la Democracia, la Ciencia, el Liberalismo, el Capitalismo, el Socialismo, la industrialización e incluso las investigaciones médicas. Todo lo que hemos dicho está registrado en las encícilicas papales, y todo ha sido condenado por los pontífices. Quien quiera más datos puede escribirnos y se los daremos. Lo único que podemos añadir es que cualquier tipo de conexión entre el Jesús del Sermón de la Montaña y los Evangelios con la actual institución es nula. De hecho nos parece una blasfemia inmensa contra la Humanidad, un insulto moral, que sigan monopolizando la figura de uno de los grandes líderes humanos de la Historia, que le hayan reescrito los textos, que hayan manipulado una y otra vez unas palabras que no debían haber sido tocadas. Y para quien crea que la Iglesia que quemaba herejes es cosa de siglos pasados, que recuerde que fue Pio XII el que estrechó la mano de Hitler, el que dio la espalda a los judíos y optó por el silencio cobarde, el mismo que toleró que entre 1945 y 1946 salieran a través del Vaticano más de 5.000 oficiales nazis hacia el exilio para eludir los crímenes de guerra. Eso fue hace 60 años. Ya no importa que tengan razón o no, sus insultos contra la naturaleza humana, incluido perseguir a una madre que tuvo que elegir entre dar a luz a un muerto o abortar y salvar su vida, han minado para siempre la moralidad de la religión que defienden. Y luego se preguntan por qué la gente les abandona progresivamente. En cierta ocasión, un antiguo sacerdote renegado que daba clases de Historia de las Religiones, soltó el jucio sumario: "En el fondo son todos como Juan de Burgos en 'El nombre de la Rosa'". Lean el libro y comprenderán. Y si saben algo de latín sabrán lo que pone arriba.
1 comentario:
Que gran película, El Nombre de la Rosa....en cuanto al artículo solo puedo decir.............Penitenciagite!! (ES BROMA)
JOSE LUIS MARTÍN.
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