Se muere Willy Deville (único, con talento, raro como pocos, la música le corría por las venas) y la gente babea por los hijos del insípido Roger Federer. Un campeón, cierto, el mejor, pero un ser profundamente insípido y de lágrima fácil. Sus éxito sirven para hinchar el ego suizo, pero no la educación de los demás. La ciudad empieza a conocer la oferta de teatro que tendrá en otoño, algunas obras de gran calidad pero que tienen la mala suerte de no ser conocidas, igual que los textos de Guillermo de Ockham, por poner un ejemplo, pero eso no significa que sean peores que otros temas. Y sin embargo ninguno de los periódicos salmantinos tiene valor de abrir con nada que no sea fácilmente asimilable por el público objetivo de la prensa escrita: jubilado o en proceso de ello, no ha salido nunca de Salamanca y en muchos casos tiene tierras o rentas de su pueblo natal, el cual ha abandonado para vivir en la capital.
Con semejante panorama no es de extrañar el rechinar de dientes de programadores culturales, periodistas o clientes potenciales de la industria cultural. Nadie les hace caso, y remar hacia arriba en la jerarquía es tan complicado como intentar que una tortuga de las Galápagos haga el salto mortal con doble carpado hacia atrás, sea lo que narices sea eso que acabamos de decir. Si no se trata de un medio especializado no hay manera de que la literatura, el teatro, el cine o el arte contemporáneo encuentre sitio. Hace no demasiado citamos a un programador salmantino que se lamentaba, en pleno salón de recepciones del Ayuntamiento y ante varios periodistas. La frase, lapidaria, “aquí parece que importa más un puñetero bache en una calle perdida que una obra de teatro”. Pues sí, les importa, tanto como para que la mediocridad se haya extendido a todos los medios de comunicación, los mismos que copian a sus compañeros miserablemente, leyendo sus informaciones y sin citarles en pleno informativo. Se ha hecho tantas veces que ya es una costumbre y nadie dice ni esta boca es mía. Pero de eso ya hablaremos otro día…, a ser posible con un becario con varias copas de más encima, que agosto aprieta.
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