Ya no hay remedio. Agosto en Salamanca es lo más parecido a una maldición de Zeus: hace un calor abrasador, todo está lleno de turistas que pasean como manadas de braquiosaurios con el cerebro del tamaña de una habichuela y los estudiantes de español se multiplican como hongos. Eso sí, no hay cultura: las compañías de teatro están de gira fuera, no hay conciertos, no hay galerías de arte (poruqe están cerradas) y las exposiciones son las mismas desde hace tres meses. Así de simple: chapado por vacaciones. La oportunidad perfecta para la iniciativa privada, porque ahora quien hiciera algo, un festival o un ciclo de gran caladoy orientado a los estudiantes e incluso a los turistas, se llevaría de calle toda la atención mediática. Porque en verano cuesta llenar páginas, informativos y horas de radio. Si alguien inteligente pusiera algo de dinero y se inventara, por ejemplo, un festival de música, uno de teatro o de cualquier cosa que implicara artes escénicas, tendría sitio y los focos sobre él. Porque en Salamanca TODA la cultura está subvencionada, y salvo las galerías de arte contemporáneo, nadie hace nada sin tener a papaíto Ayuntamiento, al hermano de la Usal o a los ejecutivos de Caja Duero detrás. Todos comiendo de la sopa boba. Y así les va. Y así nos va a todos, especialmente a los que vivimos de las ondas expansivas de esa gente. Luego se lamentan y lloran como plañideras en un funeral flamenco porque nadie les hace caso a los de la ciudad. ¿Qué caso se les puede prestar a gente que no se arriesga? Sin riesgo no hay gloria, así de claro.
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