Poe dejó perdidos algunos retazos de relato, extraviados y olvidados bajo el peso del poema del Cuervo. Uno de ellos, al que hace referencia Mark Twain despectivamente en un artículo, fue el pionero en empezar a darle la vuelta de tuerca necesaria a uno de los grandes mitos modernos: das vampiren. El manuscrito fue recogido por uno de los malditos, Ambrose Bierce, que se encargó de atesorar y guardar en un buffete de Baltimore las palabras hasta que a alguien se le ocurrió enviarle una copia a Anne Rice… Antes de que la cadena HBO se dedicara a exprimir ese original cuento perdido, que ya es una serie de éxito, Damon Alexander dejó constancia del mismo, pero siempre hablando de él en tercera persona. Se tituló ‘True blood’, y es la esencia misma de la razón de que los Hijos de Caín todavía nos fascinen: sexo. Porque lo de la sangre, la noche, las miradas hipnotizantes, y el resto de parafernalia “made in Bram Stoker” que tanto han publicitado los góticos, no son más que metáforas del sexo que no paran de gotear en color rojo deseo sobre nuestras cabezas. El vampirismo, mordisco en el cuello incluido, no es más que un sucedáneo erótico-literario-cinematográfico que tiene éxito por lo mismo que las curvas dibujadas por Milo Manara o la voz arrastrada de Scarlett Johansson: el instinto de la carne. Y una vez más, fue el puñetero alcohólico alucinado de Boston el genio irrepetible, aunque no se le reconozca. Es el mismo que ya anticipaba la fascinación por la tiniebla con una estrofa:
Y aún el cuervo inmóvil, fijo, sigue fijo en la escultura,
sobre el busto que ornamenta de mi puerta la moldura....
y sus ojos son los ojos de un demonio que, durmiendo,
las visiones ve del mal;
y la luz sobre él cayendo, sobre el suelo arroja trunca
su ancha sombra funeral,
y mi alma de esa sombra que en el suelo flota...
¡nunca
se alzará..., nunca jamás!
No hay comentarios:
Publicar un comentario