miércoles, 2 de julio de 2008

Las mentiras del cine europeo (1)


Alguien dijo una vez que el cine europeo era una amalgama de intelectuales metidos a aprendices de brujo. En Corso Expresso no consideramos que eso sea así. En Europa se da el mismo proceso de desvinculación práctica que se da en tantas otras disciplinas: los europeos están convencidos de que es un arte, y que por lo tanto determinados argumentos y funcionalidades sobran. Es decir, que ya no vale hacer soñar, sólo hacer pensar en aquello que ellos creen es legítimo, cerrando el paso a cualquier otro enfoque. Es una pena que piensen así, porque el cine, como todo en la vida, es mucho más de lo que nuestro reduccionismo pretende. Para empezar, también es ocio, un espectáculo, y como tal un generador de sueños. Es una ceguera absurda reducir el cine a su uso como instrumento social de denuncia, como herramienta crítica de la sociedad, como arma política, como reducto de cuatro creadores nostálgicos o como literatura en fotogramas. Es una pérdida de tiempo y una total falta de inteligencia para usar recursos. Un crítico de cine nos dijo una vez que más valdría tener un par de Spielberg en Europa y menos Wenders, Loach o demás pequeños creadores de idénticos pequeños mundos. El cine hay que mirarlo con el cerebro en una mano y la imaginación en el otro. Lo sentimos, pero no entendemos esa estrechez de miras del cine español y europeo, como si sólo valieran determinados argumentos y formas de hacer cine. El radicalismo es el primer paso hacia la ineptitud y la mediocridad. Cuando aparezca el Spielberg europeo lo comprenderán.

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