jueves, 28 de enero de 2010

Las campanas de Aquisgrán

Europa se achica mientras el resto del mundo se engrandece. Hace 65 años que Europa murió en Auschwitz. No podíamos olvidar algo así. Es su tumba, inalterable. Todo lo bueno que teníamos murió allí, irremediablemente. En las fosas está también el cadáver de una civilización hundida, envejecida, sin alma y que ha olvidado su espíritu en la tranquila mecedora de la vida fácil. La cuna de la democracia y la república, del federalismo y de las libertades y derechos civiles se encierra en sí misma, se silencia, mientras una dictadura mercantilista como China y una sociedad miserablemente injusta, de castas y machista como pocas, la India, aprende inglés y despega. 

De todas las nuevas potencias sólo una merece la atención, Brasil, porque es lo más parecido a lo que en su día debió ser el resto de Latinoamérica: una nueva Europa, más mestiza, más libre y más suave que la original, lastrada por millones de muertos. Honduras culmina su golpe de estado reaccionario y coloca a un capullo que reza al jurar el cargo, amnistía a los militares y le ha tomado el pelo a medio mundo, que había condenado el golpe y ahora mira para otro lado y critica a los que se mostraron firmes en la defensa de la democracia. Muchos partidos y muchas naciones deberían avergonzarse de su ignorancia y necedad. Ah, lerdos, no serviríais ni para cortar el césped atados con una cadena al cuello.

La Unión Europea, diseñada oficialmente para evitar la guerra y unificar el continente con un pseudofederalismo laxo, hace aguas por todos lados por el provincialismo y el nacionalismo de sus miembros. Extraoficialmente era el último intento cuerdo y sano de reconstruir la Roma occidental, pero ni por esas. No tañen las campanas de Aquisgrán, no hay nadie que recuerde que Europa fue una y no trina ni gilipolleces varias. Si ser español, francés, inglés o alemán depende de tener gobierno, estado y manís propias, entonces no merece la pena ser ni español, ni francés, ni inglés, ni alemán. La identidad nacional debería basarse en otras cosas, como los ritos, la cultura o la lengua, no en los viejos y encorsetados clichés del estado-nación prototípico de la filosofía política moderna. No hay más futuro que el azul y dorado, se lo aseguramos desde ya: lo contrario será rendirse a monstruos mucho más grandes y que usan las constituciones y las leyes democráticas para limpiarse el culo. Y la América imperial no es espejo, es la distorsión de Alicia al otro lado del mismo. Y siguen sin tañer las campanas de Aquisgrán…


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