domingo, 3 de enero de 2010

Chejov roto

Hace poco hemos contratado (bueno, es un decir, claro…) a un fanático del teatro que se pirra precisamente por lo que tanto criticamos en cierta ocasión: la revisión y resurrección de los clásicos. A nadie le molesta verse un Hamlet un fin de semana invernal de cierto aburrimiento. Incluso el espectador podría descubrirse a sí mismo recitando los versos del príncipe tarado de Dinamarca (porque al final, obsesionado con la venganza y fingiéndose loco, se volvió realmente loco…) en la oscuridad de la sala. No obstante, hay ciertos temas que empiezan a cansar. Y él se está poniendo muy pesado. Es el caso de ‘El jardín de los cerezos’, obra de teatro basada en el celebérrimo y manido texto de Anton Chejov (nuestro hombre en la imagen) y que con Rayuela Producciones encuentra otra muesca más en la culata de lo facilón. 

Originalidad, inventiva, ingenio, vanguardia (es decir, al ataque), imaginación… todas esas cosas que nos definen como seres humanos se convierten en papel mojado en manos de actores y directores que se creen que el teatro moderno es poner un par de árboles de fibra óptica, juegos de luces y una dosis concreta de minimalismo sobre el escenario. El nuevo da muchísimo la vara, y le va a costar una bofetada con la mano abierta de un pastor de cabras de los montes de León como no deje de saltar pensando que en Salamanca va a tener para gozar en dos meses. Aquí somos mayoría los que pensamos que efectivamente ya está bien de hacer remakes de viejos éxitos, como si el gremio teatral español (de los más fuertes y resistentes a enfermedades, crisis y zarandeos) fuera Hollywood, que lleva viviendo de los clásicos y de los cómics desde hace 20 años. La próxima vez, en lugar de que la gota de sudor sea por mover cajas sobre el escenario, que sea del esfuerzo intelectual. Muchas gracias. 


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