"Kavafis se fijó en las manos de Sooki, enlazadas por la atadura de la soga, sin vida y sin resquicio de movimiento. León le dijo que ni se acercara a ella si no quería que le mordiera y se llevara medio cuello con el mordisco. No podía creer ni de lejos lo que le insinuaba el sicario, pero al acercarse un poco más a la faz blanquecina, hermosa y prerrafaelista de Sooki, se dio cuenta de que tenía razón. Sus colmillos eran un poco más largos de lo normal, y mucho más afilados. Con el labio inferior retraído realmente daba la impresión de tener a un príncipe de las tinieblas frente a ella. Sus dedos también llevaban la cuenta de sus pecados: cada número romano era la particular cuenta de los caídos entre sus manos, las de una arpía que disfrutaba bebiendo sangre y cuya perversión casi había acabado con la Blauehaus en el pasado. No era la primera vez, ni la última, que Kassovitz había tenido que emplearse a fondo. Y sin embargo, pensó Kavafis, "qué jodidamente hermosa es", aunque todavía podía sentir el palpitar de su sangre cada vez que subía y bajaba por el cuello. Allí estaba la prueba de que Sooki la había mordido en su delirio. Se palpó la herida y comprendió por qué Sooki se pirraba por la sangre. Ella también lo hubiera hecho, por el simple placer del líquido óxido bajando por su garganta".lunes, 27 de julio de 2009
Blauehaus - "Números y colmillos"
Dijo el poeta: "Tengo mis venas llenas de óxido, por eso escribo, porque soy de hierro y para hacerlo es imprescindible ser un poco inhumano". No tanto, y menos con la que está cayendo. Todos somos humanos, demasiado humanos. Quizás por eso Nietzsche sea el que mejor ha definido la verdadera, incongruente, contradictoria y siniestra naturaleza humana. Por eso también está la Blauehaus.
"Kavafis se fijó en las manos de Sooki, enlazadas por la atadura de la soga, sin vida y sin resquicio de movimiento. León le dijo que ni se acercara a ella si no quería que le mordiera y se llevara medio cuello con el mordisco. No podía creer ni de lejos lo que le insinuaba el sicario, pero al acercarse un poco más a la faz blanquecina, hermosa y prerrafaelista de Sooki, se dio cuenta de que tenía razón. Sus colmillos eran un poco más largos de lo normal, y mucho más afilados. Con el labio inferior retraído realmente daba la impresión de tener a un príncipe de las tinieblas frente a ella. Sus dedos también llevaban la cuenta de sus pecados: cada número romano era la particular cuenta de los caídos entre sus manos, las de una arpía que disfrutaba bebiendo sangre y cuya perversión casi había acabado con la Blauehaus en el pasado. No era la primera vez, ni la última, que Kassovitz había tenido que emplearse a fondo. Y sin embargo, pensó Kavafis, "qué jodidamente hermosa es", aunque todavía podía sentir el palpitar de su sangre cada vez que subía y bajaba por el cuello. Allí estaba la prueba de que Sooki la había mordido en su delirio. Se palpó la herida y comprendió por qué Sooki se pirraba por la sangre. Ella también lo hubiera hecho, por el simple placer del líquido óxido bajando por su garganta".
"Kavafis se fijó en las manos de Sooki, enlazadas por la atadura de la soga, sin vida y sin resquicio de movimiento. León le dijo que ni se acercara a ella si no quería que le mordiera y se llevara medio cuello con el mordisco. No podía creer ni de lejos lo que le insinuaba el sicario, pero al acercarse un poco más a la faz blanquecina, hermosa y prerrafaelista de Sooki, se dio cuenta de que tenía razón. Sus colmillos eran un poco más largos de lo normal, y mucho más afilados. Con el labio inferior retraído realmente daba la impresión de tener a un príncipe de las tinieblas frente a ella. Sus dedos también llevaban la cuenta de sus pecados: cada número romano era la particular cuenta de los caídos entre sus manos, las de una arpía que disfrutaba bebiendo sangre y cuya perversión casi había acabado con la Blauehaus en el pasado. No era la primera vez, ni la última, que Kassovitz había tenido que emplearse a fondo. Y sin embargo, pensó Kavafis, "qué jodidamente hermosa es", aunque todavía podía sentir el palpitar de su sangre cada vez que subía y bajaba por el cuello. Allí estaba la prueba de que Sooki la había mordido en su delirio. Se palpó la herida y comprendió por qué Sooki se pirraba por la sangre. Ella también lo hubiera hecho, por el simple placer del líquido óxido bajando por su garganta".
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