Dijo el poeta: "Tengo mis venas llenas de óxido, por eso escribo, porque soy de hierro y para hacerlo es imprescindible ser un poco inhumano". No tanto, y menos con la que está cayendo. Todos somos humanos, demasiado humanos. Quizás por eso Nietzsche sea el que mejor ha definido la verdadera, incongruente, contradictoria y siniestra naturaleza humana. Por eso también está la Blauehaus.
"Kavafis se fijó en las manos de Sooki, enlazadas por la atadura de la soga, sin vida y sin resquicio de movimiento. León le dijo que ni se acercara a ella si no quería que le mordiera y se llevara medio cuello con el mordisco. No podía creer ni de lejos lo que le insinuaba el sicario, pero al acercarse un poco más a la faz blanquecina, hermosa y prerrafaelista de Sooki, se dio cuenta de que tenía razón. Sus colmillos eran un poco más largos de lo normal, y mucho más afilados. Con el labio inferior retraído realmente daba la impresión de tener a un príncipe de las tinieblas frente a ella. Sus dedos también llevaban la cuenta de sus pecados: cada número romano era la particular cuenta de los caídos entre sus manos, las de una arpía que disfrutaba bebiendo sangre y cuya perversión casi había acabado con la Blauehaus en el pasado. No era la primera vez, ni la última, que Kassovitz había tenido que emplearse a fondo. Y sin embargo, pensó Kavafis, "qué jodidamente hermosa es", aunque todavía podía sentir el palpitar de su sangre cada vez que subía y bajaba por el cuello. Allí estaba la prueba de que Sooki la había mordido en su delirio. Se palpó la herida y comprendió por qué Sooki se pirraba por la sangre. Ella también lo hubiera hecho, por el simple placer del líquido óxido bajando por su garganta".
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario