Allí paseó y caminó, trabajó directamente al servicio de La Bestia, un tipo de espalda encorvada, tirantes y corbatas imposibles. Al becario le imponía respeto por la mirada torva y el régimen de terror con el que trataba a los jefes. Era el mejor caso de poder tiránico instrumental: ignora a los de abajo y tritura a los del medio. Era como Triki comiendo galletas. De esa forma consiguió que redactores y becarios le trataran con sumo respeto y los jefes se mearan en los pantalones cada vez que le veían venir o tenían que ir a rendir cuentas en las reuniones.
En los tres meses que duró la estancia en las cavernas nuestro hombre aprendió más y vio más que en años, y sobre todo comprendió muchos de los resortes siniestros del poder: la mentira, la manipulación, las órdenes en voz baja (que son las que funcionan de verdad), los estallidos de cólera intencionados (selectivos) y sobre todo mucha inteligencia y regate. La Bestia de El Mundo es muchas cosas, pero de tonto no tiene un pelo. Por eso si le ladran es porque cabalga y hace daño. Temedle, porque es bueno; otra cosa es que esté equivocado de cabo a rabo y termine pero que muy mal.
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