"Cientos, miles de libros apilados, ordenados, jerarquizados a lo largo de decenas de estanterías iguales. Un gran laberinto de papel y tinta que lo abarcaba todo pero que al mismo tiempo no decía nada, que exigía su precio en forma de tiempo de vida, que ansiaba un precio por ser el tesoro de Kavafis, la bruja, la iniciada, la visionaria, la loba esteparia que convertía el mero hecho de respirar y palpitar en un deseo sin fin. Vivir para desear, desear para amar, amar para vivir".
La literatura, igual que el amor, exige su precio, su peaje por hacernos soñar. Leer es descubrir mundos que se abren para nosotros, universos donde somos dioses y decidimos el futuro de otros, que nos aman porque somos sus padres, madres, hermanos, amigos, pensamientos, creencias, mitos, virtudes y defectos. De la misma forma que La Casa Azul es para algunos el último reducto de felicidad, para otros los libros son el último reducto de libertad y felicidad, allí donde no cabe nada más que no sea sonreír ante los mundos soñados y que nos hacen ser libres. Un libro no es algo útil, y sin embargo jamás antes se habían publicado tantos ni se había leído tanto. La razón es que tampoco antes habíamos sido tan esclavos de nosotros mismos y nuestro mundo predecible y seguro, aséptico y anodino. Ansiamos ser libres y los libros son la última salvación porque nos permiten viajar sin movernos. Kavafis lo sabía y por eso escribía como amaba..., el poeta y nuestra pequeña Kavafis, la azul, la que nos mira con ternura.
PD: Borges tenía razón, leer para vivir, vivir para leer.
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