Vestido de azul y oro (vamos, de dorado y azul marino para quienes los toros y derivados les resbala), Rufus Wainwright dio un pequeño gran concierto en la Plaza Mayor. Mucho más cálido, y por primera vez con ese cuadrado de piedra medio lleno. Salvo Orishas nadie pudo decir lo mismo, y los cubanos lo consiguieron arrastrados por el teatro de calle previo. Así que estas andábamos cuando el solito, al piano y con guitarra, se las ingenió para hacer una noche cálida e íntima cuando era imposible por el lugar. En un teatro hubiera arrasado, en la Plaza Mayor se limitó a ser la diva de la música que es, pero vestido para matar. Al final sonó esa canción que todos tenemos metidos en la cabeza, “Aleluya”, la misma que hemos visto en películas y series de televisión. Un golpe de voz, un rasqueo de cuerdas, un par de teclas bien usadas y ya está todo hecho. Al final resulta que no era tan diva.
jueves, 12 de junio de 2008
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