
Suecia, el país que más cadáveres en armarios esconde (algún hablaremos de cómo participó en el Holocausto judío, algo poco conocido...), expide una orden internacional contra Assange y Gran Bretaña le detiene, pero con reservas. Australia le ofrece apoyo diplomático y legal (ya era hora, llevaba un año sin pena ni gloria este australiano olvidado por su país) mientras sus políticos critican abiertamente a los chapuceros servicios secretos americanos (que ya se comieron con patatas el 11-S por su ineptitud). Mastercard cierra la vía económica de Wikileaks y los hackers de medio mundo le dan justo lo que necesita: ataque masivo hasta dejar su web y su sistema electrónico a la altura de una calculadora de 1986. Acción, reacción; nada es gratuito ya en la red: si me jodes, yo te crujo, hablando en plata. Si te dejas presionar por el gran matón, asume las consecuencias de tu cobardía, que sería otra forma de decirlo.
La gran ola de Wikileaks sigue adelante a pesar de que muchos consideren que no revela nada: es sencillo, cuenta cosas que todos sospechábamos, pero al quedar reconocidas oficialmente cobran carta de naturaleza real que las convierte en bombazos. Pero eso es algo que algunos cráneos limitados no llegan a comprender, esperando quizás que esto sea como el Watergate. Allí tampoco hubo bombazos, sólo insinuaciones. Pero ya se sabe que el periodismo en papel sigue imponiendo muchas fronteras falsas a la mente. De momento ya se han hecho 1000 copias virtuales de Wikileaks para evitar que cierren el grifo, porque internet es como el mar y la historia del niño que quería meterlo en un hoyo en la playa... el resto ya lo saben.
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