martes, 21 de diciembre de 2010

Nefasta González-Sinde

Nefasta González-Sinde. Por intentar imponer una visión ha terminado por quebrar todas las patas de la mesa. La atacan desde internet, desde las productoras de cine, desde las cadenas de televisión, los partidos políticos… Antiguamente ser ministro o ministra de Cultura era una bicoca: ibas gratis a los estrenos, a las exposiciones, a las obras de teatro, a los conciertos (si te atrevías a algo que no fuera el Auditorio Nacional, el Liceu o el Teatro Real), y por supuesto a la ceremonia de los Goya. Pero desde que esa revolución planetaria llamada internet entró en nuestras vidas, ser el chamán de la industria cultural se ha convertido en un dolor de muelas. Mucho más cuando se meten por medio autonomías y asociaciones. La rebelión de la red es un ejemplo, con ataques directos cibernéticos contra las webs del PSOE, PP y CIU, es un ejemplo más de que la sociedad va a 200 por hora y la clase política a 100 (y la judicial ni siquiera tiene encendido el motor). 

Después de hacerle la ola a determinadas asociaciones privadas con comportamientos moralmente reprobables (ya saben…), resulta que para la ministra González-Sinde debería haber “límites a los derechos de autor”. La realidad sigue imponiéndose y tanto ella como el resto de gestores corren detrás de ella para intentar encadenarla, sin darse cuenta de que es imposible ponerle puertas al campo (internet) ni al derecho del usuario-ciudadano a encontrar más barato un servicio o un producto (incluso gratis, si hace falta). Decía un escritor americano hace poco, en un foro de ‘The New York Times’ que había conservado su trabajo en una empresa de reciclaje porque, aunque había ganado dinero con las novelas, no se atrevía a dejarlo porque ya le pirateaban. Perdía dinero, dijo, “pero me leen más que nunca”, que es justo lo que quieren todos los escritores. 

Los autores deberían empezar a darse cuenta de que esto no tiene vuelta atrás, que la piratería no es un fenómeno pasajero surgido de la avaricia de los demás, que NUNCA volverá a ser como antes. Todo ha cambiado, y hay que encontrar nuevas formas de crear beneficio para unos y otros, para evitar que un disco cueste 20 euros y que el usuario-ciudadano lo compre en el top-manta. Debería blindarse la venta por la red, y promocionarla más, imitar a iTunes y a otras plataformas: nadie paga 20 euros por un disco, pero sí que acabas gastándote 20 euros en 20 o 25 canciones en mp3. Así que, señores, mal que les pese a muchos, hay que ponerse las pilas. Pero ya.  


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