jueves, 21 de octubre de 2010

Paco de Lucía

El mundo gira y gira como una peonza estúpida donde no hay meta más allá del siguiente giro. Muy poético, sobre todo en un día en el que: el alcalde de Valladolid, León de la Riva, lanzó una indirecta (¿sexual?) sobre lo que le sugerían los labios de Leire Pajín (por encima de Segovia las luces a veces se apagan, ¿no?); Alemania ha crecido, en plena crisis, más que nunca desde la reunificación (si es que…, cuándo aprenderemos); a la Sinde le tumban otra ley en Bruselas, la del cánon digital, y dan pie para que las bofetadas sigan cayendo sobre ella y la “innombrable”; y por supuesto, el mismo día en el que todos en Salamanca esperan al Gandalf de la guitarra española. Si en el mundo de la música hay alguien sereno y superior que enlace magia y arte, ése es Paco de Lucía. Don Paco. El alter ego instrumental de Camarón, el hombre sensible, silencioso y lleno de talento que en inseparable de la guitarra. 

Apenas hay fotos de él alejado menos de un metro de la curvilínea demostración de que España no es sólo un país de escritores y pintores (y ocasionales arquitectos). Más allá del talento personal, aprendido en la cuna gitana y expandido con la experiencia de la práctica y el oído, Paco de Lucía es un gran hombre por haber solventado la engorrosa papeleta del flamenco y el clasicismo. Sin él, y quizás sin Andrés Segovia y otros, la guitarra habría quedado como esa cosa folclórica de los gitanos, los andaluces y el flamenco. De Lucía ha metido el flamenco en los auditorios, lo ha engrandecido, ha hecho concesiones al repertorio clásico y los gurús y pretorianos de la música clásica le han abierto las puertas. Es la demostración de que el talento supera cualquier barrera social, económica y política. Es, por decirlo de una manera épica, la demostración de la superación humana, una excusa perfecta para seguir teniendo Fe en las artes, las ciencias y algunos seres humanos. En Salamanca estará el sábado 23: ¿a quién hay que matar para ir?



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