lunes, 18 de octubre de 2010

Arte, crítica y educación

El culto al clasicismo ya empieza a tener rango de disciplina en el arte: entre El Prado, el Guggenheim y algún que otro macromuseo nacional, al final el elogio de los gigantes sobre los que nos subimos a hombros ya es un dogma. Lo nuevo es la muestra del primero sobre los impresionistas. Muestra en sus salas nobles 31 obras maestras del impresionismo prestadas por la Sterling & Francine Clark Art Institute (Williamstown). No hay crítica, hay lo que hay: ¿ausencia de nuevos talentos que llenen las salas? Tal y como está el campo del arte contemporáneo, con el desprestigio en boga, tanto como para obligar a ‘El Cultural’ a hacerse un especial sobre las críticas y tener que tirar de los grandes críticos de arte para salvar los muebles. Un consejo de un lego en la materia pero al que le sobra perspectiva (ya saben, lo de que las copas de los árboles no dejan ver el bosque…): echarle la culpa al público es una opción mala, barata y demagógica, porque el espectador tiene la formación y educación que tiene, y no se le pueden pedir peras al olmo. El arte, como parte integral de la cultura de un país, de una sociedad, va asociada a la formación del gusto de la población. No se llenan los museos en Alemania, Francia o Gran Bretaña porque sí, se llenan porque hay una porción de la población suficiente que sí tiene esa formación. Cada centro de arte o museo que se deja los cuernos para intentar hacer el gusto ajeno es un oasis, pero también un trabajo digno de Sísifo. Y el sistema educativo está como está. Es como construir la Gran Muralla china en dos días. Mejor tomárselo con calma…


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